miércoles, 23 de diciembre de 2020

¿Poesía?: De regreso a Seattle

 De verdad que sí,

Que creí que esto se pasaría, que habría un punto final y que volvería a la pausada escritura de una novela cualquiera para salir del paso,

Quitarme el mono de letras,

Contar otra de esas historias locas que se van acumulando en mi cabeza, y que el décimo hombre revive cada noche al cerrar los ojos,

Para que no se me olviden…

Pero no.

El invierno inconmensurable de nuestro amor está siendo oscuro cual telón de lino torcido, púrpura y carmesí. De tupidas cortinas de piel de carnero y tejón. De las pantallas de una élite que nos aboca a la locura colectiva…

Voy camino de Seattle otra vez. Mi Charger del 69 ruge sobre el asfalto resquebrajado de la Interestatal 90 hacia el noroeste.

Es un hipercubo eterno, que vocea estentóreo últimamente dentro de mí.

Creo que jamás terminaré este poemario. Creo firmemente que hemos llegado a ese punto de no retorno en que todo está mal, equivocado, insustancialmente erróneo, vacío, fuera de sí, alienado, cutre, imperfecto, mediocre, intelectualmente zarrapastroso, infantil, nimio, empobrecido, bobo, soso, chabacano, vomitivo, nauseabundo, podrido debajo del pelo, zombie, momificado, tergiversado, inútil, vago, trágico, lacrimoso, triste, enfermo…

El mundo es una fábrica de pesadillas echando humo de necedades a la atmósfera de un teatrillo manipulado.

Veo los clones pasear con su código de barras, comprado en alguna gran superficie y tuiteado hasta la náusea, por la Avenida y me pregunto si el futuro va a ser eso: un laberinto para roedores donde éstos no sabrán qué es un laberinto.

Cabizbajos, profundizando en la estulticia de una pantalla de luz azul que cargarán bajo la piel de sus antebrazos, jugando a ser en Minecraft cuando jamás han sido ellos.

Y me da lástima…

Me agobia sobremanera saber que el mundo va en ese camino. The New World Order, le llaman algunos. Otros Agenda 2030. Tiene muchos nombres y rostros, pasadizos y adjetivos.

Sólo soy un micropensador individual que participa lo justo en una sociedad a las afueras de Manderley.

Un Goonie que colecciona cómics de Masacre.

El autor de unas novelas que nadie ha leído, porque para ser comerciales les faltan un buen estribillo.

Estoy atrapado en una jaula sin barrotes. Y lo peor es que soy el único que la siente adentro.

La soledad es mirar alrededor y no ver el mundo como los demás. Y no puedo estar más solo.

Al menos tengo a Dios, que me dice que siga intentándolo; que mi objetivo no es la meta sino el camino; que le haga caso al décimo hombre, que vaya a contracorriente puesto que la corriente vendrá al final conmigo.

No soy el mejor poeta, ni si quiera soy escritor: vendo coches en una ciudad del sureste español, pago facturas de electricidad y agua, tengo cuenta de Netflix y zapatos de piel marrón, llevo gafas de pasta, una camisa blanca planchada y tomo café con leche para llevar en el Hernández. Suelo pasear hasta el faro y volver sólo para no olvidarme de mí. He enseñado a montar en bici a mis hijos sin saber hacerlo yo. Tienen Play Station 3 y saben quiénes el impostor de Among Us.

Será que sólo soy un engranaje más de Molock, el dios-máquina de Metrópolis, alimentando el humo…

De verdad que sí,

De verdad que he intentado no escribir este texto – porque ni si quiera puedo catalogar lo que escribo, ¿aforismo?, ¿reflexión?, ¿poema?, ¿texto? – y pasar página de este año maldito.

Pero no.

Ayer me emocioné con un video de flamenco en Nueva York.

Cuando más encontrado me encuentro, más perdido me siento.

Respira hondo el décimo hombre tras de mí, cruza los dedos con los codos apoyados en la mesa frente al piano marino, y una lágrima gélida como un glaciar rompe mi mejilla derecha, haciendo brotar la sangre y manchando el suelo de blanco gres.

Veo las gotas bermejas salpicar y rebotar entre mis zapatos. Quiero asir el líquido bajo la fuente: es mi vida que huye de mi vida, son mis huesos que abominan de mis huesos.

Sólo soy un accidente.

Una anomalía en el algoritmo.

Un verso que está equivocado.

Un precedente.

Entre la angustia por el devenir de un mundo horrible que veo tan claramente que me duelen los ojos de mirar sin verte, y el asombro de un futuro mejor más allá de las estrellas si termino como Pablo la carrera, me limito a ser dueño y reflejo de mis contradicciones.

Torrevieja, 23 de diciembre de 2020.

Miguel Díaz Romero ©


 

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