¡Mira mis manos! ¿Acaso no están sucias y ajadas como las tuyas? ¿No son los mismos grillos los que encadenan nuestras muñecas a las puertas de Mordor?
El sonido ha tiempo que se convirtió en promesa, y una canción triste en inglés resuena en mi cabeza. He oído hablar a Dios.
Hasta los huesos la lluvia fina, pero que cala, llega rompiendo cuales metáforas del jeet kune do todo cuanto hay. Prometimos ser Atilas, Babiecas feroces en el campo de batalla, princesa.
Son estos versos púas, y no de guitarras rotas en el rincón donde adormecidos los sueños adolescentes aguardan; son volcanes en sempiterna erupción del alma resquebrajando los sentidos del mundo, oh efímero Gobierno del Mal.
Sangre que destila mi boli azul sobre un papel en blanco que es la vida de quien no tiene agallas... en cambio aquí un horror vacui, desencadenado, brama terrorífico ausente de futuro y huérfano de pasado.
Somos el mar, cariño mío, que no cesa. Somos el grito atronador de todas esas motocicletas. Lágrima que al tocar el asfalto se evapora para morar con el cosmos y convertirse en uno con el Universo. Ése al que sólo vamos de visita cuando viene alguien de fuera.
Me duele la garganta de escribir este silencio fraternalista. El mundo está en llamas, y nosotros somos las teas.
Vamos a cambiarlo todo: romperemos sus doctrinales sistemas. Somos un Newton entre cavernícolas, ¡bendita sea! Somos Einstein, Elvis, Michael Jackson y Pitágoras.
Cuidado mi amor, no te dejes engañar por su penosa apariencia... ellos sólo son sombras, proyectadas en platónicas cuevas.
¡Y nosotros la luz que en los filos de la espada divina se refleja! emocionante visión de gloria...
No hay eternidad si no es ésta...
Recordadme chicos y chicas.
Recordadme como un villano, como un huérfano, como un idiota, como un violento poeta; recordadme como un loco, como un infeliz, como un simple camarero en un olvidado bar de carretera...
Pero recordadme.
Pues soy el Guy Fawkes de las artes y las letras.
Miguel Díaz Romero (c)
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