jueves, 17 de marzo de 2016

Poesía: Sin Título.

Esforzándome porque mi letra sea lo más redonda posible al escribir, ocho años de tinta se deshojan entre mis dedos.

El cáliz repleto de recuerdos, como humo de esos fuegos fátuos, de colores prendidos iluminando gamusinos en el bosque.

Son velas sempiternas cuyo color es nuestro abrazo, y el fuego, ése que recorre las gélidas mañanas de invierno arrunchados bajo la sábana.

Mi bolígrafo negro que clama por poesías olvidadas desde antes de un día tal como hoy. De blanco y champán, piratas cortando la tarta.

Me es imposible escribir redondo al tiempo que sentimientos se vierten, como alas de pájaros que son notas musicales notadas en el vacío de la jaula de mis pensamientos. Vuelan a tu sonrisa, tu entrecerrar de ojos, lo sedoso de tu pelo.

Ánima revuelta es mi carne viva, pues soy espíritu cuando te recorro cual senda. Dos cuerpos, un alma... y este proyecto al que llamamos por su nombre completo si se porta mal, o no recoge sus juguetes.

Licor de versos, de esos que nos profesamos ahora sin hablar. Cuando nuestas manos se cogen porque sí, caminando hacia ese presente eterno, de nubes grises y cielos azules, de algodones de azúcar y obstáculos salvables, que nos aguarda tras la arruga, el dolor de articulaciones y no poder ver sin gafas gruesas.

Ocho años y la tinta. Ocho años y la saliva, la piel, el pelo, los ojos, los labios, saridinas enlatadas, fríjoles con arrroz y salchipapas con ketchup.

Ocho años y el viento. El mar no tanto. El bosqeu sí, y renacuajos en Olula. Ocho años y Dios. Carretera y manta. Un avión sobre el Atlántico. Cánticos de alabanza.

Ocho años de mala letra. Para siempre y entre cartas. Santiago y Zara. Ocho años y... un sabor dulce, de chocolate negro y chile con limón, que resbala.

Miguel Díaz Romero (c)
Dedicado a mi mujer,
Con motivo del octavo aniversario de bodas.

Resultado de imagen de chocolate con chile

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