la respuesta a toda pregunta a toda condena.
El fuego en el que arde todo recuerdo,
La honradez y el egoísmo de los hombres medios.
Tuve el calor del verano, el incienso, el silencio,
la luz amarga de las velas.
Sin perder mis amargas costumbres de dejar todo a medias.
Con el favor de los dioses y el amor de un reino en la infancia,
consintiendo la vergüenza del necio al hablar de la rabia.
Perdedor, el mejor, el idiota, sin gloria ni pena,
con mis consejos que venden los locos de acero en las venas.
Sentí el temor de los sabios a la incertidumbre,
junto un niño que quiere olvidar los años de herrumbre.
Se acabaron las cuentas atrás, los versos de arena,
en el cielo una estrella fugaz será mi bandera.
Sin camino y cansado quizás de empuñar tantas armas,
joven guerrillero de trinchera caada en el alma.
Castigué la razón enganchado a las flores de octubre,
soñando contrece lobos tomando la cumbre.
Dibujé el placer del dolor, el valor de la nada,
acabando en un callejón diciendo chorradas.
El sabor de la sopa de letras de un libro siniestro,
me hizo tener la vaga certeza de que el mundo era nuestro.
Yo quería destapar la botella, beber de la vida,
encontrar el árbol prohibidio, la mano de Midas.
Quería romper con las olas del mar,
con los besos de espinas,
con las fuerzas para llorar cuando nadie me mira.
Quería ser aquel que no duda, la espada sin dueño,
la mirada serena del héroe que habita en tus sueños.
Y llenar de canciones el aire, inhalando su aroma,
con los tristes y ambiguos secretos de un Rey sin corona.
Guillermo Réquiem Díaz (c)
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