Durante los días anteriores a la última nevada los niños no dejaron de preguntar si nevaría. Alentados por las noticias de la televisión y los mensajes de todo el mundo publicando fotografías de blancos paisajes.
Nos levantamos a las ocho, como ya viene siendo costumbre, para ir al cole y todo lo que conlleva la posterior rutina. Los termómetros estaban bajo cero y un aguanieve empezaba a instalarse en los capós de los coches. Tras comprar el pan y preparar los almuerzos, fuimos al colegio en coche y la nieve, en cuestión de minutos, se había hecho con el patio y las hojas delgadas de las palmeras. El viento arreció entretanto los niños estaban en las clases y los copos de nieve se hicieron más grandes y abundantes. El frío se instaló en cada rincón del pueblo y los solares junto al cuartelillo eran totalmente blancos, como si una manta esponjosa los crubriese entre gélidos arrumacos.
El parque lucía blanco, los coches atesoraron la nieve encima de ellos y junto a sus temblorosas ruedas, que se ajustaron a la prisión nívea que se acumulaba en las aceras. Un mensaje de whatsapp, tras saber que al menos en uno de los colegiso y en el instituto se habían suspendido las clases, del AMPA nos advirtió que podíamos recoger a los peques cuando quisiéramos... coger el coche en esos momentos suponía un peligro real: fui testigo del deslizar de un todoterreno hasta dar un leve golpe a la puerta de un coche aparcado... conque decidimos, para el par de horas que quedaban del día lectivo y viendo que la tormenta arreciaba en lo alto, ir caminando a por ellos.
La vuelta, y cuando una mayoría recogía a sus retoños, fue sólo el preludio del siguiente viaje bajo el fuerte viento y los gigantescos copos.
Abrigados a más no poder, y con las katiuskas puestas, nos encaminamos suponiendo (y bien) que nuestro coche de delgadas ruedas y escasa potencia no entraría en la travesía de barro qeu lleva a casa de mis padres; además sería mejor acompañarles ese día para que no estuviesen solso si el asunto no mejoraba.
Sin previo aviso y llevándoles la grata sorpresa, caladso hasta los huesos y habiéndonos lanzado las pocas bolas de nieve que nos permitió el viento, llegamos atravesando medio pueblo y la escondida senda bajo el sudario incoloro del vampor cuando se cristaliza. Los paraguas habían querido volar sin logarlo. La senda no estba y el camino se confundía con el bancal que años atrás fue una viña. Había dos palmos de nieve dura en el llano, y el paisaje alrededor era bucólico para quienes, como yo, no lo veíamos así desde hacía muchos años.
Mis padres ya estaban comiendo y nosotros trajimso algo de carne y demás para hacernos unos bocatas rápidos; parte de las dos barras de pan, que sobresaían de uno de los tres atos que llevábamos para pasar el día y la noche, se quebraron y cayeron sobre la nieve, pasto de hambrientos pájaros supongo...
Los truenos sonaron entonces, haciendo retumbar todo el pueblo, muy detrás de los relámpagos que, en lugar de estrellar su fiereza eléctrica en el suelo, serpenteaban bajo las nubes. Quisimos jugar tras comer y cambiarnos por entero de ropa... colgada en el frío y húmedo garaje a sabiendas que no se secaría... pero en lugar de amainar, la tormenta arreció por doquier, y guvimos que contentarnos con contemplar la nevada a ratos en la marquesina desde la ventana.
Fue cuando se fue la luz de forma definitiva (ya había avisado un par de ocasiones antes) cuando también nos quedamos sin cobertura. Seguía nevando como no hacía en años. Y conociendo que a mi madre le aterran las tormentas, que mi padre cada día necesitaba más atención, y que íbamos a hacer lo mismo a oscuras en el pueblo que en mitad de la nada, supimos que había sido una buena idea.
Afortunadamente había Internet... al menos tuvimos servicio las primeras horas de apagón... y la tablet precedió con su batería el destape del baúl de juegos de antaño, completamente a oscuras. Rebuscamos por toda la casda antes de que la noche y el silencio, roto sólo por los ladridos de Kurko a los truenos que dejaron también de iluminar los cielos, se nos echara encima velas y linternas.
Hallamos dos velas de cumpleaños: curiosamente del número 4 las dos. Y tres linternas de las que mi padre solía utilizar cuando bajaba a las minas de Cartagena en busca de preciosas piedras. Aunque, viendo que no iban a restablecer el servicio y con los móviles y la tablet agonizando, decidimos apagar la única vela que luego quedó para poder alumbrarnos durante la inhóspita cena.
Cantamso canciones en el negror y aun nos burlamos de las tinieblas... como hacía el Hombre antes de convertirse en esclavo de sus máquinas.
La luz no llegó y se fue Internet también. Desde la ventan de arriba se veían sólo coches pasar, atrevidos, por la Avenida de Valencia. No habái parado de nevar. Las noticias dejaron de llegarnos y, afortunadamente, la televisión y el calefactor se encendieron a la hora de la cena, como si Él nos hubiera oído. Helados por al falta de calor, pusimos las noticias y en Cuatro hablaban de Caudete. Y regresaron los whatsapps y pudimos cenar como si nada... nos dispusimos a recargar los móviles por si acaso y, con el silencio de la noche nevada, nos acostamos.
La electricidad se volvió a ir, y el valle alrededor se quedó en calma. Cómo deseábamos, los niños y yo, jugar con la nieve por la mañana...
Nos levantamso temprano, durmiendo la nena y yo en la habitación de mi hermano; que la ha abandonado por un piso de estudiantes en Molina de Segura; y mi esposa y el peque en la que hace ya más de seis años dormía mi difunto abuelo. El jardín estaba precioso: vestido con sus más elegantes galas de blanco. Con el recuerdo del espíritu aventurero que nos hizo "pasearnos" bajo la tempestad, les puse las katiuskas a ambos y salimos... sin deseyunar, nos decidimos a dar forma a ese Olaf quimérico... con la mala suerte de que comenzó a llover profusamente - y de hecho aún no ha cesado - fastidiándonos la fiesta.
Podríamos haber salido aun con el diluvio sobre nosotros, pero esa tos impertérrita de ambos nos dijo que debíamos esperar a un sol que todavía no ha querido salir.
Como estábamos sin coche y sin la ropa que no era pijama, con un viejo chándal incómodo que tomé prestado del armario de mi hermano, tuve que recordar a Bear Grills y en un territorio discovery eterno ponerme un chubasquero e ir a por el coche bajo el aguacero.
Señales tumbadas y árboles caídos me vieron choparme, sorteando aceras colmadas de nieve y calles que eran ríos donde flotaban trozos y trozos de hielo, hasta llegar a mi objetivo. Nala me saludó al entrar y la ducha calienten fue tonel en el océano.
Tuve que pensármelo hasta tres veces antes de entrar en la travesía con mi coche. Al que con una rasqueta le tuve que quitar los cuatro dedos de nieve y hielo que se habían apropiado de la luna. En primera y abriendo dos cicatrices de tierra y agua en la piel blanca y brillante del camino, llegué. Rescatando de la prisión de deshielo a los míos.
En el bar de la esquina, un cortdo y un chupito de limoncello me calentaron después de comer el primer risotto con setas que he preparado en mi vida - y que me salió bueno - con la noticia de que en La Encina estaban sin luz ni teléfono; en el pueblo seguía fallando; que en San Francisco no regresaría la electricidad por el derrumbe d el atorre junto al apeadero; y que se preveían cortes de agua esa noche porque los pozos estaban parados desde el día anterior.
Camioneros detenidos en Petrer y caudetanos sin poder regresar desde Villena o Yecla.
En el parque la nieve se rendía bajo el agua. Y la niebla descendió hasta borrar el suelo.
Comprar plástico y cinta de carrocero para el futuro estudio de pintura de Zara. Hacerle la compra en un Mercadona atestado a los yayos. Y vernos, con palomitas de mantequilla y chocolate, Pepsi y Steinburg, "La novia cadáver" y "El libro de Eli" antes de irnos a la cama.
Cuando seguía llviendo. Y la nieve quería ser hielo. Calles vacías. Olafs muertos.
Esta mañana, la del tercero, la nieve es un recuerdo en una Sierra cada minuto menos blanca, en algún muro donde pega aún el viento, al lado de la carretera y bajo algún que otro remojado olivo... este año no terminaremos de recoger el olivar entero; Agulló cierra hoy y la Cooperativa el veintisiete...
Recoger a mi madre. Ir a la farmacia. Un café con leche en La Torre. Lienzos del chino... y ahora, antes de comer macarrones con carne en el campo para pasar el sábado, sigue llviendo y la nieve... la nieve se ha ido...
Esta tarde viene Pep desde Petrer a tomarnos un café... iremos al Shiva y, seguramente y entre otros asuntos literarios, hablaremos del tiempo.
Escrito el 21 de Enero de 2017.
Mi padre fallecería una semana después, siendo este relato el de la última nevada que vieron sus ojos.
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