sábado, 18 de febrero de 2017

Miguel Díaz López (réquiem)

Al otro lado del silencio, detrás del telón. Esos nombres escritos en paredes que hablan con el viento. Mi "Angel of the morning". Recuerdo su cara aplastando la almohada blanca. Era como si su rostro fuera un hueso recubierto por poca piel. Sus párpados, tras dejar de temblar, cerraron sus ojos para siempre. No hubo ruidos sordos de corazones rotos sobrevolando el lecho. Era una muerte anunciada que se llamaba cáncer. Un cuadro de Munch con demasiada luz. A todos nos hubiera gustado sentir aquello en 2037. Pero no. Las cartas descubiertas de la parca olían a medicamento y ropa sin lavar. Llevaba un pijama nuevo puesto para enfundarse después en el de madera... que el fuego hizo arder, ascendiendo su espíritu a un Valhalla en el que nunca creyó. No sé si fue un héroe, pero fue alguien qu rozó la epicidad en una biografía que todavía hoy desconozco del todo. Supongo que todos somos quijotes al fin y al cabo; y él lo fue. Aunque no llovía, la nieve se había derretido y un viento polar, terrible, mecía los árboles que cuidó y arrasaba los corazones de quienes le quisieron. Se hizo de noche para no volver a amanecer. El Universo es una urna negra con friso dorado en el mueble. Una estrella más en el cielo, una luciérnaga inmortal atrapada en el cristal de la noche. Un recuerdo inquieto en el pecho. Un eslabón más de la cadena de mi ADN. Un pensamiento. Poeta, medio loco y trovador. El último Hombre que supo empuñar la hoz y el martillo. Un trocito de nuestra Historia más reciente. Y su cuerpo quieto, con las manos torcidas y delgado, tan delgado, que hacía semanas que había dejado de ser él. No volverá. No está. Y lágrimas hace verter esta negación de mis ojos. Ni si quiera sé de dónde proviene la fortaleza para escribir todo esto. Y sin embargo sé que me la da Dios, ése que tuvo misericordia de un inconverso que no pudo negarlo al final. Porque en el fondo Dios somos todos. Nunca leerá esta novela ni sabrá que escondido tras sus páginas, de fantasía y búsqueda de la verdadera literatura, está su panejírico. Y el lector se preguntará por qué escribí todo esto integrándolo en la historia... y comprenderá al leer esta frase que todo está conectado. Que no hay nada que no tenga relación con el resto de nadas que conforman el todo. Lo voy a echar mucho de menos... y me prometo a mí mismo vivir por lo que él no pudo. No se le debe nada a los muertos. Pero le veré, abrumada por una bofetada de melancolái y hielo, cada vez que sin querer, en una soleada mañana como ésta, eche un vistazo al cielo.

 

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