viernes, 27 de noviembre de 2020

Poesía: el décimo hombre

 

EL DÉCIMO HOMBRE

“Un año sembrado de dolor puede ser un año segado de versos”, me ha dicho el décimo hombre que habita en mi cabeza.

Él piensa lo que yo no soy capaz de pensar: siempre va más allá de lo imaginable, por si se da el caso de que se vuelve real.

El décimo hombre es quien predijo la pandemia en enero, y el que se deshizo de todo el lastre que supuso la vida del baile argentino… cuando todavía hablaba valenciano entre cervezas y café.

El décimo hombre es uno de los favoritos de Midas, que habla con voz serena en off mientras yo escribo este poema.

Es un Constantino Romero eterno, es el que profetiza hoy contra el Skynet del futuro.

El décimo hombre sabe quién soy: me conoce tanto que me entiende, y me da miedo. Pero no tengo otro remedio que hacerle caso si elijo mi destino a cada paso.

A veces duele. Pero imagino que nada de lo que duele hoy es eterno, y se me pasa…

El décimo hombre también es el encargado del olvido. De la desmemoria consentida. De acallar los ecos remotos del imberbe pasado… cuando éramos tan jóvenes como desconocidos.

Él tira de mí hacia el horizonte del futuro, donde todos nos veremos.

“Todos tenemos parte de la culpa y parte del dolor del resto de la Humanidad”, me susurra tras leer a Ionesco… porque él es el sabor de la ginebra que apuramos en mil novecientos ochenta y cuatro.

El décimo hombre me hace entender que hay más como yo: alienígenas de un mundo perverso del que formamos parte inherente sin quererlo.

Soy el sol, quizá, que reflejan las gafas redondas de Django desencadenado. Y un minuto en tu piel, como si nada, cuando despierto.

Walter White.

El décimo hombre se afeita de espaldas al mundo. Es imperfectamente apolítico. Va más allá del romanticismo nietzscheano… es un pedante mexicano con un canal de YouTube en el paro.

Si miras tu reflejo en el espejo durante mucho tiempo, aparece el monstruo. Entonces el décimo hombre es la antítesis del villano que todos llevamos dentro…

¿Eres acaso, oh décimo hombre, el héroe que late en mí? Mi superhombre, el adalid de mis sentimientos.

Mira tras el cristal, la avenida poblada de palmeras, coches pasan hacia Náufragos o se pierden hacia el centro. El décimo hombre es el poeta que nunca nadó hacia la orilla, y murió de oleaje al enamorarse del Mediterráneo.

Puedo escribir haciendo referencias a la cultura popular y, en un segundo, nombrar cualquier mito griego… soy un Ulises en la línea del Tiempo. Y, sin embargo, volver a tener hambre es mi único deseo.

El décimo hombre es mi falta de ambición.

Quien me asegura que moriré igual que todos vosotros. Quiero ser manzano o melocotonero, y que mis cenizas sean el sustento del fruto que morderán los hijos de los hombres.

Sonrío, sonríe, es el décimo hombre diciéndome que esta poesía es una pasada… qué bueno soy.

El décimo hombre es la estatua de bronce que yo mismo me he erigido en el pedestal de mi inconsciencia para reírme del mundo. Que me maltrata con su agonía.

Qué bueno es esto de hacerse mayor… y hablar sin tapujos. Decir que uno sabe que Dios existe sin temor a la réplica. O mandarte al cuerno.

El décimo hombre sueña con levantarse a escribir en un día como éste: con poco sol y algo de viento. Mirando a la playa una vez más. Y sentir que el trabajo está hecho… sólo eso.

El décimo hombre ha pintado robots exiliados en Ganímedes. Hasta le ha puesto una metralleta en la mano a un Caballero de la Orden de Santiago…

Al final, cuando el Cerol se acabe, cuando ya no haya más hanami contemplando las sakura, cuando me cierre los ojos Zara por última vez, cuando me lloren mis nietos si es que llego a conocerlos, cuando hablen mal y bien de mí en las redes sociales dentro de cuarenta años, cuando sea ese nombre que hablare con el viento… el décimo hombre será remanente, pábilo humeante, y rescoldo.

“Sí”, le digo cuando resuena la pregunta ilógica en la trastienda fragante de fruta madura que es mi cerebro, “a partir de ahora voy a hacerte más caso…”

Porque el décimo hombre nunca tiene razón cuando la razón se impone, pero acaba por tenerla cuando lo que nadie se espera termina sucediendo.

Y qué es la vida, cual pirata yo también por perdida ya la di, sino un argumento de sorpresas, de sueños cumplidos y rotos, de sonrisas y lágrimas, de aventuras inimaginables, de paz y de guerras, de amor, de alabanza y cántico, de oración, de mar y sal, de burritos rellenos de chile con carne, de cómics… de labios…

De descubrimiento.

“Las teclas que hacen aparecer letras en la pantalla son mi piano”, sentencia el décimo hombre… y yo callo… y yo muero.

Miguel Díaz Romero ©

27 de noviembre de 2020


 

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