HOMO MURIDAE
En balde susurran los cangrejos
Que vamos pidiéndonos perdón a cada paso
Por los errores del pasado.
A veces quiero huir de mi cerebro
Muy lejos de aquí,
Para no regresar jamás.
Veo las lanzas de la Segunda Guerra Civil Española
Y los homo muridae salir de las cloacas.
Están en todas partes, es el mismo programa, repetido muchas veces.
Atentan contra todo aquél que lleve en la mano un libro de Historia,
Pues su mayor temor es tu consciencia.
Arde, arde el corazón,
Que acallo para no perderlo
En cada roce debajo de las mantas…
Tú, mi punto de anclaje… mi amarre… antes de que brote la locura
Y queme contenedores por la libertad de Nínive.
Soy un Jonás sin bandera.
Empezaron ya a roer el queso, nuestro queso.
Empezaron ya a mover los hilos que nos lleven al summum de la hipocresía.
Ya han matado a los primeros corderos.
El homo muridae sabe cuáles son las primeras cabezas
Que deben cortar para el triunfo, inevitable, de su empresa.
¡Suena, padre, la última trompeta!
A veces los veo: hombres rata vestidos de corbata, arengando a su adalid que porta un estandarte de hueso y raída tela, formando un tumulto tras el pendón volante sobre una colina. La estampa es de ese tono entre blanco y negro y sepia, de las fotos antiguas cuando el mundo sabía que estaba en guerra. Llevan pancartas de una ideología muerta. Alzan puños y manos pintadas, gritan y desgarran con sus chillidos un viento recio, solano, que arrastra el humo de sus cenagosas chimeneas. No hay música ya tras ellos… no saben sino tocar tambores de batalla contra nosotros…
Los muertos.
Los silenciados. Los que vamos en contra de la contra… los salmones que sueñan con el inicio del Gran Río. Donde moraremos sin estos quebraderos de cabeza por toda la Eternidad.
Muertos para el mundo.
De quienes no hablarán los libros que escriban las ratas vencedoras… porque van a ganar: el mundo ya es suyo.
La nuestra es una batalla perdida desde antes de su planteamiento.
Ya, padre, ya lo sé… sabes que seguiré luchando. Nací y moriré empuñando un arma. Sí, padre, no te preocupes: tu hijo estará presto a la batalla.
Un día me dijeron que apostarían por el mundo siempre que vieran a un hombre solo luchar contra él… un día me dijeron que guardara silencio de todo lo que me apetece decir… he sido juzgado y sentenciado… y sonrío al verme condenado. Mi victoria es haber perdido por haber luchado. Mi victoria es el camino, no el objetivo.
No tengo más metas que comer hoy con mi mujer y mis hijos.
Soy el Dueño del Tiempo.
Soy el que vencerá cuando no haya cuatro dimensiones rigiendo el Universo.
Soy el Maestro del Eco.
Soy la furia que vendrá, callada y sencilla, con harapos sobre su magullado cuerpo, para tocar en la frente de los no nacidos con su sarmentoso dedo y, al sonreír, apagar el Cosmos…
Héroe del Silencio.
Torrevieja, 3 de diciembre de 2020.
Miguel Díaz Romero ©
"Distopía" |
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