jueves, 3 de diciembre de 2020

Distopía (el auge del homo muridae)

 Extracto de Epílogo sobre la moral.

Imagino 2032: el año de la rata, y una secuencia en blanco y negro con manchas rojas sacude mis párpados encendiendo mi mente. Es la película del futuro que nace y crece en mí, inspirada por los acontecimientos del presente. Ya no existirán los homo sapiens: todos seremos homo muridae, u hombres rata. Nuestro cuerpo, cubierto de vasto pelo gris, hacinará los espacios cada vez más cerrados de las urbes del mundo. Lucharemos a dentelladas enfermizas, envenenadas y altamente tóxicas entre nosotros por el trozo de queso que los pastores de la “moral extremo 100” crean conveniente que nos toca. Porque siempre el queso es mayor de cuanto nos dicen y son ellos quienes lo custodian y reparten a su juicio. Moraremos en el mundo-alcantarilla, rodeados de nuestra plástica inmundicia tecnológica, bajo cielos grises y negros por la polución de un aire irrespirable: todos con mascarilla por supuesto.

 

Habrá distinciones bien diseñadas a día de hoy para no sólo enfrentarnos por nuestro cubículo o zulo en la ratonera, o por el trozo de queso rancio que nos mal alimente o enferme adrede: eso no sería lo suficiente divertido. Nos habrán dicho que hay hombres rata muy diferentes: sobretodo basándose en el dios-ratón de turno y en el color o estado del pelo, incluso de la clase de queso que a cada uno le guste o se pueda permitir en el atolladero de nuestra cloaca universal.

Imagino hordas de homo muridae haciéndose explotar por un dios equis entre familias de homo muridae que tienen al dios y griega colgado en la pared de sus habitaciones.

Imagino a familias y clanes enteros de homo muridae pidiendo perdón a otros porque uno de ellos ha cometido un error, flagelándose por culpas ajenas para acallar futuras violencias.

Imagino el último libro en un rincón de una biblioteca en llamas. Asustado con el fuego lamiendo los contornos de su lomo de cartoné, llorando a lágrima tendida un réquiem ya iniciado por la literatura y las ciencias.

Imagino a los pastores gordos, homo muridae como los que más puesto que han sido los primeros en convertirse y envidian la piel sana de los sapiens que vamos quedando, saciados de la carne del resto de homo muridae con los mostachos ensangrentados, cuales caníbales de película de serie B. Riendo entre eructos obscenos limpiándose las garras sucias con el queso que luego repartirán entre aquellos que no devoren.

 

Imagino un mundo triste, enfrentado por cuestiones que no deberían enfrentarnos. Gritándonos unos a otros mientras la obscenidad y le pensamiento cero campan a sus anchas, deformando Cultura e Historia a su conveniencia. Seremos sólo ratas de cloaca, incapaces de pensar por nosotros mismos, manipulables simplones de conducta violenta conectados a máquinas recreativas de distinta índole que respiren por nosotros a través de una pantallita luminosa. Donde ya la moral, de cualquier tipo, no sea necesaria.

 

Un mundo al que nos dirigimos inexorablemente a pesar de no estar de acuerdo con él, de no desearlo, de luchar en la medida de nuestras escasas posibilidades en su contra.

 

Yo sólo soy la voz de un novelista mediocre que representa una idea. Pero unidos, amigos míos, lectores, a quienes todavía no les huele a podrido debajo del pelo, esta idea puede ser poderosa, peligrosa, útil.

Y, tal vez, con un poquito de suerte y la ayuda de Dios, consigamos frenarles a tiempo.

Parte a su vez de "2020: El año del virus"



 

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