Vivimos en el paraíso construido con nuestras manos,
Es un caminar no sólo hacia adelante: es ascendente, cenital, infinito.
Un espiral que conduce a más espirales, girando en torno al centro de nuestro sentimiento mutuo.
Concebir la existencia no es tanto como saber que estamos vivos,
y que ya vivimos el uno por el otro.
No sé qué hay al final del telón, pero quiero aventurarme contigo.
Al fin y al cabo, tú eres Roma y todos los caminos inexorablemente me han traído a ti.
Sólo espero que no se nos rompan las sandalias por el trayecto
y que sepamos ser capaces de reparar las cuerdas, las cadenas, los links.
Un legado conjunto, algo así como una herencia que no puede ser dividida,
una gota que es la suma de las nuestras, pero que es diferente... una gota nueva
que es muchas gotas a la vez, que es el Mar Mediterráneo contemplando el crepúsculo sobre nuestras cabezas.
Porque es el mar quien nos mira, y no nosotros a él... lo sé porque me lo susurra cada noche
cuando te despido antes de ir a dormir.
Vivimos en el paraíso construido con nuestras manos,
donde cada día es un día de ajustar asuntos pendientes.
A veces me imagino el cielo como dos manos de hueso entrelazadas,
solas en un ataúd,
esperando a que se consuma el Tiempo.
A Andrea Velásquez, mi esposa, en nuestro 14º aniversario de novios.
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