La
duda duró el instante que Fer tardó en cruzar de esquina a esquina la calle en
la misma dirección que ella. Aquellos modelos AS 44 tenían distintivos que los
diferenciaban entre sí, por eso Fer sabía cuál era “la suya”, distinguiéndola
de todas las demás AS 44. Las pecas en su rostro sintético la delataban… y un
ligero desnivel del hombro derecho que, en lugar de afearla, la humanizaba,
perfeccionándola. Fer apretó el paso conforme lo hizo la robot calle abajo. El
oeste de Vomisa era una gran barriada que formaba un valle soto los edificios
del centro. Se podía ver entero desde el mirador de la Torre Lucas. Allí las
viviendas eran más bajas y la asfixia que pudieran provocar los rascacielos
daba un respiro a los viandantes, humanos o droides. Fer no sabía si lo que
hacía estaba bien o no… la moral de una Humanidad recluida y reducida a veces
se distorsionaba; y lo objetivo o lo políticamente correcto se desdibujaban
entre neblinas de cálculos de probabilidades e informaciones estadísticas de un
pasado que nada tenía que ver, ni de lejos, con el presente. Espiar, seguir a
una… ¿mujer?, como un secuestrador o un voyeur… por un momento Fer pensó en
detener su paso, pero una fuerza superior, un sentimiento que rabiaba por ser
desvelado y revelado, apartó de sí todo velo de incertidumbre y le hizo
acelerar más tras los pasos de quien amaba. Hasta que, en la esquina del
supermercado de la 33 ella se detuvo. Sacó un llaverito de su bolso y abrió la
puerta de la finca junto al supermercado. Fer anduvo cauto, despacio, y oteó la
alta fachada desde la acera una vez ella hubo entrado. AS 44 pecosa no
trabajaba para nadie: aquellos edificios eran de robots libertos, quienes
habían alcanzado la independencia o la autonomía cuando sus dueños humanos
habían muerto o los habían abandonado.
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