CORAZÓN DE ACERO V:
Fer se quedó un buen rato con la palma de su mano derecha apoyada en la puerta por la que había desaparecido “su” AS 44. La locura era hacer siempre lo mismo y pensar que hubiere distinto resultado. Por lo que aspiró hondamente el aire frente a sí, auto insuflándose un valor que nunca tuvo. Las noches sin ella eran ascuas de metal atravesando su garganta. Las soledades eran un vicio ajeno que se consuma en la humedad de los quijotes encadenados en una gota blanca. Los labios eran lija. Los párpados nubes. Había quizá cien mil promesas en el sonido de los tranvías que debieran llevarle hasta allí. Y ahora estaba al otro lado de la cerca de los sueños rotos. De las promesas inolvidables. De los cuentos infantiles que no leyó. Llamó al timbre del primero, del segundo, del tercero… y su voz, la de la musa, diosa, platónico ser que desgranaba sus entretelas cual vendimiador de almas, sonó trueno y divinidad en venganza erizando hasta el último cabello que saliera de su piel. Sonata fue Cielo que se moja en caramelo caliente para reverberar en las neuronas de quien lo prueba. “Sí, quién es…”, y el mundo una caracola: “ve… verás, soy yo, el que te ama”. ¿Quién, en su sano juicio, podría responder mejor a una pregunta como esa? ¿Quién era Fer, sino ése: el que la amaba? ¿Tuvo tal vez nombre, identidad, esencia, vida, antes de caer enfermo de amor por ella? ¿Fue? AMÓ LUEGO EXISTIÓ, y lo resumió diciendo así: “…yo, el que te ama” y nadie más. Sólo soy un escritor mediocre publicando en grupos de lectores de facebook, pero Fer amaba tanto a esa robot, que si comprendiese el lector un uno por ciento de lo que pudiera significar ese amor lloraría en este instante. Apretaría los dientes, rasgaría sus vestiduras, gritaría desde el balcón con toda su fuerza y su furia… qué no existe más amor que el que comienza al volver la página.
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