martes, 5 de mayo de 2020

Cruzados & Metralletas: 1ª página

"Se había corrido la voz de que Inocencio III, Papa de la Santa Sede, había declarado la Reconquista contra los almohades, dirigidos por el omnipotente Muhammad Al-Nasir, como Cruzada. Eso significaba que todo aquel que luchara en la sucesión de batallas que se dieran a continuación, y lograra sobrevivir, sería absuelto ipso facto de todos sus pecados. “Borrón y cuenta nueva”. Normalmente los caballeros; ostentando el rango jerárquico dentro de su Orden; dejaban sus tierras y, acompañados por su escudero y tres o cuatro peones que les asistían, finalmente ni guerreaban: hacían acto de presencia desde las lomas próximas a la batalla, se llevaban la bula de pecados absueltos a su castillo y todo seguía igual: volvían a pecar hasta la extenuación y volvían a esperar “oportunidades” como aquella. Pero para algunos: para los que sí se sabían verdaderos pecadores; quienes, pese a ser nombrados Caballero por su Orden, no contaban con escuderos y peones, ni lujosos castillos en lugares mejores de aquella ancha tierra, e incluso sin caballo en algunos casos… aquella bula, por mucho trozo de vitela manchado de tinta vaticana que sintiesen que fuera, podía significar el punto y aparte de una miserable, deshonrosa quizá, y penosa existencia.

          Al final de la taberna, próxima al alcázar, e iluminada su puerta tosca de madera pintada de granate por un farolillo amarillento, tintineando su cadena al vaivén de un viento caliente, Juan José meditaba en soledad y penumbra. Media botella de vino tinto, con un dedo de polvo bajo de su cuello vítreo, y un vaso pequeño, chato como un dedal de porcelana, eran el abismo en cuyo horizonte se hundían los ojos azul oscuro del Caballero santiaguista. La voz en su cabeza le era tan familiar que no podía asustarle; pero el hecho de saber que era un simple personaje novelesco le atormentaba día y noche. Sobre todo cuando la historia avanzaba, siendo totalmente consciente de la locura con quien le creó le había dotado, dando forma a su ser, su personalidad… y condicionando por ende cada una de sus decisiones, y las consecuencias de las acciones que de tales derivasen.
            El comienzo del jaleo en la barra lo extrajo de sus profundos y oscuros pensamientos…

            Para Gervasio Alhubo, como tuvo que escribirlo tras la prueba de fe que le hizo ser Caballero de la Santa Orden de Calatrava, que Inocencio III hubiese declarado Cruzada la Reconquista le venía de perlas. Almohade de nacimiento, converso al cristianismo en la edad adulta, le había costado más que al resto de acólitos calatravos ganarse la confianza y el respeto de los jerarcas de la Orden. Sus cabellos negros, brillantes y largos en interminables tirabuzones; su tez morena y lisa como un tapiz de lino tintado; y esos ojos azabache; amén de su terrible acento andalusí que, por ser incapaz de dominar, ya dejaba salir sin importarle cuántas miradas castellanas o leonesas le sojuzgasen; le habían condicionado desde el mismo instante que decidió dejar atrás su vida como musulmán al otro lado de la frontera con el califato de Amir al-Muminim, el Príncipe de los Creyentes. Ser absuelto de todos sus pecados, además de su cruzada personal contra aquellos que le considerarían un traidor hasta el último de sus días, sería el broche que le faltaba a su dura conversión… y quizá llave y puerta para obtener ese escudero y trozo de tierra cerca de Sierra Morena que se le negaba cual mujer arisca."

"Juan José" de Josu Valdés (c)

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