“Mi nombre no es importante: sólo soy el cronista
real, de palacio, de Génesis y, en el año 130 después del ‘gran catapum’, mi
Señor Kratka me ordenó que escribiera las siguientes crónicas.”
16. LA BATALLA DE KABDETH III
"El
segundo amanecer de batalla supimos que seríamos derrotados: sus armas eran
demasiado poderosas y su número superior... pero en los rostros de todos
nosotros, incluso de los eloíses y postandalusíes que llegaron aquella
madrugada, no había ni un atisbo de desaliento o tristeza, tampoco miedo ni
pavor... éramos guerreros genésicos, y estábamos dispuestos a dar la vida por
los ideales que Génesis, la preciosísima Génesis, representaba en nuestros
corazones."
Mi
Señor Kratka, en secreto y cuando acababa de despuntar el alba sobre los yermos
campos donde se nos había presentado la batalla, reunió a un pequeño grupo de
élite de su propia guardia y salió de nuestro campamento en dirección al de los
megalisboetas. No se sabe cómo pero lograron atravesar su perímetro de
seguridad sin ser detectados y llegaron al núcleo del mismo... donde se hallaba
el mismísimo General Lucius y las tiendas de los comandantes del ejército
enemigo.
Los
capitanes genésicos, o encargados de centurias según su tribu, llamaron a las
filas ignorantes de la misión secreta emprendida por nuestro amado monarca, y
salieron al frente con la idea de reventar a su infantería o morir en el
intento, aguerridos y valientes desde el primer minuto de contienda.
La
batalla estalló de nuevo a mitad de camino entre los dos asentamientos y el
número de los megalisboetas era ya tan aplastante en ese segundo día que, por
obvias razones, los dirigentes bélicos del demonio verde resguardaron a una
gran parte de los suyos en retaguardia, dejando un número ingente de
supervivientes batallando como primera batería con la intención de que ésta nos
aplastara y así finalizara el terrible y sangriento conflicto.
Yo
estaba luchando en la vanguardia, con mi fiel espada como único ataque y mi
escudo romano de metal como única defensa... había descabezado a un demonio
verde cuando de repente oí el cuerno de atención en nuestras filas porque,
según la longitud y el tono de la llamada militar, se acercaba una batería de
carros de combate megalisboetas a nuestra posición en pelea constante. "Ya
está”; pensé para mis adentros aborrascándose mi mirada y sintiendo desfallecer
mi alma, "han sacado los tanques y cuando éstos lleguen, no seremos más
que hojarasca bajo el peso de sus cadenas...". Creyendo que así sería, se
oyó también un grito, mixtura de la sensación de final y de la esperanza de
morir combatiendo por algo superior a uno mismo, de parte del capitán de la
caballería postandalusí que imprimió ondas y ondas de valor en los corazones de
aquéllos quienes estábamos luchando a su alrededor; y todos en un solo grito de
guerra y libertad, en el último grito por nuestra propia supervivencia y la de
los valores que manchaban con sangre nuestros estandartes y el filo de nuestras
espadas, nos lanzamos con mayor ímpetu y rabia contra la barrera del demonio
verde que pareció despavorido en principio pero que no obstante, sabiéndose
vencedor, nos contuvo.
Parecía
el fin del mundo, pero un cuerno diferente cambió el curso de la Historia de los Mundos...
Era
la corneta megalisboeta la que ahora sonaba por los altavoces electrónicos de
sus vehículos y parapetos. Y la voz de mi Señor Kratka se oyó a través de las
rejillas metálicas de esos artilugios. El combate cesó en ese instante cuando
la voz de Lucius también se oyó:
-Dejen
de combatir, ¡alto el fuego! -dijo su General repetidas veces y todos bajamos
nuestras armas, nadie caería tras ese momento. Desconcertados por ambos bandos,
tanto ellos como nosotros buscamos con la mirada dónde se encontraban los
generales de los dos ejércitos. Fue el mismo capitán postandalusí quien
advirtió:
-¡Alli!
¡Sobre esa colina al suroeste!
Encima
de la colina, y encima de un gran tanque nodriza a su vez, nuestro Señor Kratka
sostenía a Lucius amenazando su garganta con una daga brillante y afilada. Uno
de los guardaespaldas del monarca sostenía el micrófono cuya voz se oía
amplificada por los altavoces de los vehículos a él interconectados.
-¡Alto
el fuego! ¡Nos batimos en retirada! -advirtió felizmente para nosotros y
amargamente para los megalisboetas su General: habían prendido a toda la cúpula
militar a Kabdeth desplazada y amenazado de muerte si el combate no cesaba de
inmediato.
Vimos
cómo todas las tropas se iban marchando cabizbajas y rabiosas por donde
hubieron venido, quedando sólo ese tanque allí arriba, con las tres figuras
negras recortadas sobre el horizonte que ya no era ni gris ni azul.
-Ya
es libre General... -dijo Kratka a Lucius en portugués soltándolo y dejando que
se marchara.
-¡¿Cómo?!
Con mi ejército vencido y estando yo solo... puedes quitarme la vida y no habrá
consecuencias... -parecía sorprendido.
-Lo
sé... pero soy un guerrero, no un asesino.
Con
mirada de rabia, Lucius se fue corriendo, trastabillándose con los montículos
de arena a su paso por la carretera, para no volver a Kabdeth... nunca.
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