“Mi nombre no es importante: sólo soy el cronista
real, de palacio, de Génesis y, en el año 130 después del ‘gran catapum’, mi
Señor Kratka me ordenó que escribiera las siguientes crónicas.”
19. HEREDARÁS LA TIERRA I
"Pasaron
dos generaciones desde que el sol ardiera y se hiciera fuego el cielo hasta que
la tierra estuvo de nuevo limpia, y el aire volvió a ser respirable por el ser
humano. En tiempos de los padres de Unkh, la mayor parte de las tribus o
pueblos del Recomienzo de los Tiempos eligieron o les fue dado el territorio a
habitar. Aunque desde muchas de las pequeñas y medianas ciudades de la costa
oceánica, y otras cercanas a la intacta Lisboa, se dio un éxodo masivo a la
gran capital... así, los señores de la guerra y los caudillos surgidos tras el
'gran catapum' tomarían en mayor o menor medida puestos privilegiados en la
urbe del demonio verde; en cambio, los pobres se hacinaron paulatinamente en lo
que después serían definidos como perímetros exteriores formando anillos y
anillos de favelas y miseria en torno al centro orilla al mar. En medio de estos
dos extremos, algunos pueblos lograron trasladarse completa y literalmente: con
sus enseres, vehículos, animales de ganado y domésticos, y cultura a los antiguos
perímetros intermedios de lo que ya se adivinaba como “Megalisboa”.
Un
ejemplo de estos ‘municipios trasladados’ fue el de Figuereida, un pueblo del
extinguido Algarve portugués que, al ser alcanzado por la radiactividad, se
quedó sin tierras cultivables y cuyo ambiente tardó más en limpiarse; con que
migró por completo al actual perímetro ocho de la urbe.
Pero,
pasados cien años desde esa migración, en el perímetro los figuereidíes han
decidido regresar pues ya todo está limpio donde Figuereida existió, y la vida
en Megalisboa, con la opresión plutocrática y policial en algunos sectores, se
ha vuelto dramática e incluso tortuosa. Todos han cogido sus bártulos, reunido
a sus familias, y dispuesto a efectuar su segundo éxodo: el de regreso al que
los más ancianos siguen creyendo que era su hogar.
Lo
que no saben, cómo hacerlo, es que una tribu se ha instalado en las renovadas
tierras que ellos abandonaron a su suerte un siglo atrás….
Los
“nuevos” se habían instalado completamente: habían replantado los campos e
incluso reconstruido la mayor parte de los viejos edificios utilizando
materiales del presente. De hecho, Figuereida nunca había sido, ni con los
figuereidíes antiguos allí, más bella y productiva antes jamás.”
Kat-Qor
fue el primero en ver llegar a los demonios verdes, pero éstos no eran
militares: a pesar de ir armados viajaban familias enteras con algunos animales
que portaban objetos domésticos como muebles y ropas de hogar… primero pensó en
adelantarse y averiguar qué deseaban o a dónde se dirigían, pero prefirió ir al
casco urbano y avisar a los centinelas. “Uno no puede fiarse de los demonios
verdes”; se dijo; “vengan con la actitud que vengan”. Cabalgó hasta la puerta
de la pequeña ciudad, rebautizada como Recón, y avisó de lo visto a los
guardias.
Como
eran una multitud los visitantes, el capitán de los centinelas reunió una
pequeña hueste, de unas tres docenas, de militares que salió a su encuentro.
Kat-Qor les dijo que iban armados y, obviamente, sería una temeridad confiarse.
Emilio
era uno de los hombres armados que custodiaban la testa de la caravana; por si
los bandidos de los montes y el desierto; y dio la voz de alarma para que el
numeroso grupo se detuviese al comprobar que un pequeño ejército tribal se les
aproximaba por el camino que debía ir a Figuereida-Recón.
Ante
la incertidumbre, ambos grupos se apresuraron en izar visibles sendas banderas
blancas de paz.
Los
dos capitanes, Kroqthar y el propio Emilio, se distanciaron de sus respectivos
acompañantes y se encontraron en un punto equidistante del camino pedregoso y
exento ya del asfalto que ayer lo cubrió.
En
un portugués imposible, el tribal comenzó:
-¿Quiénes
son, y a dónde se dirigen? –Emilio sintió cierto alivio al comprobar que, a
pesar de la pésima pronunciación, el otro hablaba su idioma.
-A
nuestra ciudad, Figuereida… regresamos de Megalisboa para volver a la tierra de
nuestras raíces –sonreía y hablaba lentamente, esperando asimismo que el otro
le comprendiera.
-Bien,
¿dónde está Figuereida? –se giró y Emilio respondió.
-Si
los ancianos no se equivocan, esas casas que se ven lo son.
-No,
no… eso es Recón, nuestra ciudad –replicó Kroqthar al escuchar que Emilio se
estaba confundiendo: ellos llegaron muchas décadas atrás, hallaron piedras y
asfalto roto, y lo transformaron en el bello lugar, de jardines y arcos de
piedra, que era hoy.
-Un
momento –Emilio cambió el gesto y se volvió para preguntar al portador de los
mapas, un anciano de ojos ciegos y melena blanca y gris.
Luego
los dos fueron a donde permanecía Kroqthar y, con el viejo mapa desplegado,
trataron de saber si Figuereida era ese grupo de edificios o no.
-Mira…
-dijo Emilio interpretando los signos al capitán tribal-: el cerro a la derecha
-el otro asentía esforzándose por entender-, el camino principal de entrada; el
bosque que acaba en pico… allí se ven los tocones cortados y… -aguardó y se
fijó en la holografía inmediata del terreno-. ¡Ah! El barranco que aquí todavía
era un río –era evidente incluso para Kroqthar que Figuereida era el montón de
piedras y chatarra que sus antepasados hallaron y convirtieron en Recón.
-De
acuerdo -dijo al fin-, ¿y qué queréis?
-Recuperar
lo que es nuestro –Emilio hizo especial hincapié en la palabra “es”, viendo que
su interlocutor también había mudado su gesto: serio e hierático como un rostro
pintado en una piedra.
Siguieron
hablando unos minutos más, pero lo más destacable del resto de la conversación
fue como sigue:
-Nosotros
somos los herederos de sangre de los que habitaron aquí, antes y durante el
‘gran catapum’. Es lógico pensar que, después de ser obligados por el hambre y
la radiactividad a emigrar, ahora queramos recuperar nuestro sitio en el mundo
–arguyó Emilio.
-Sí,
pero ahora nosotros vivimos aquí. Hemos reconstruido la ciudad, replantado sus
campos y echado raíces… y es lógico pensar -demostró agudeza Kroqthar pese a no
hablar bien portugués–, que no vamos a regalar aquello que tanto hemos luchado
por conseguir.
-Si
no llegamos a un acuerdo -concluyó el anciano portador del mapa–, no tendremos
otra opción que recuperar nuestra tierra por la fuerza –lo dijo de forma llana,
como si en evidencia fuera la única solución a su reciente conflicto.
-Eso
no puedo determinarlo yo -respondió Kroqthar–, pero si vais a asediarnos, los
recón estamos dispuestos a defender una tierra que consideramos justa y
completamente nuestra.
-Al
alba pues, capitán… empezará una guerra.
Kat-Qor
se levantó temprano, como siempre, el día después al parlamento… cogió su
caballo y se dirigió a su bancal para ver si ya estaban para recoger las
cebollas.
-¿Qué
hace? –le preguntó un figuereidí que ya se había puesto en la labor de recoger
la blanca hortaliza.
-Me
disponía a recoger mis cebollas… qué hace usted aquí es la pregunta…
Un
disparo sin respuesta verbal le abrió un agujero en el pecho a Kat-Qor,
haciéndole caer del caballo sobre el barro…
-Ahora
las cebollas son mías.
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