miércoles, 13 de mayo de 2020

Fábulas post-apocalípticas XIX

“Mi nombre no es importante: sólo soy el cronista real, de palacio, de Génesis y, en el año 130 después del ‘gran catapum’, mi Señor Kratka me ordenó que escribiera las siguientes crónicas.”


 

19.    HEREDARÁS LA TIERRA I

"Pasaron dos generaciones desde que el sol ardiera y se hiciera fuego el cielo hasta que la tierra estuvo de nuevo limpia, y el aire volvió a ser respirable por el ser humano. En tiempos de los padres de Unkh, la mayor parte de las tribus o pueblos del Recomienzo de los Tiempos eligieron o les fue dado el territorio a habitar. Aunque desde muchas de las pequeñas y medianas ciudades de la costa oceánica, y otras cercanas a la intacta Lisboa, se dio un éxodo masivo a la gran capital... así, los señores de la guerra y los caudillos surgidos tras el 'gran catapum' tomarían en mayor o menor medida puestos privilegiados en la urbe del demonio verde; en cambio, los pobres se hacinaron paulatinamente en lo que después serían definidos como perímetros exteriores formando anillos y anillos de favelas y miseria en torno al centro orilla al mar. En medio de estos dos extremos, algunos pueblos lograron trasladarse completa y literalmente: con sus enseres, vehículos, animales de ganado y domésticos, y cultura a los antiguos perímetros intermedios de lo que ya se adivinaba como “Megalisboa”.
Un ejemplo de estos ‘municipios trasladados’ fue el de Figuereida, un pueblo del extinguido Algarve portugués que, al ser alcanzado por la radiactividad, se quedó sin tierras cultivables y cuyo ambiente tardó más en limpiarse; con que migró por completo al actual perímetro ocho de la urbe.

Pero, pasados cien años desde esa migración, en el perímetro los figuereidíes han decidido regresar pues ya todo está limpio donde Figuereida existió, y la vida en Megalisboa, con la opresión plutocrática y policial en algunos sectores, se ha vuelto dramática e incluso tortuosa. Todos han cogido sus bártulos, reunido a sus familias, y dispuesto a efectuar su segundo éxodo: el de regreso al que los más ancianos siguen creyendo que era su hogar.
Lo que no saben, cómo hacerlo, es que una tribu se ha instalado en las renovadas tierras que ellos abandonaron a su suerte un siglo atrás….

Los “nuevos” se habían instalado completamente: habían replantado los campos e incluso reconstruido la mayor parte de los viejos edificios utilizando materiales del presente. De hecho, Figuereida nunca había sido, ni con los figuereidíes antiguos allí, más bella y productiva antes jamás.”

Kat-Qor fue el primero en ver llegar a los demonios verdes, pero éstos no eran militares: a pesar de ir armados viajaban familias enteras con algunos animales que portaban objetos domésticos como muebles y ropas de hogar… primero pensó en adelantarse y averiguar qué deseaban o a dónde se dirigían, pero prefirió ir al casco urbano y avisar a los centinelas. “Uno no puede fiarse de los demonios verdes”; se dijo; “vengan con la actitud que vengan”. Cabalgó hasta la puerta de la pequeña ciudad, rebautizada como Recón, y avisó de lo visto a los guardias.
Como eran una multitud los visitantes, el capitán de los centinelas reunió una pequeña hueste, de unas tres docenas, de militares que salió a su encuentro. Kat-Qor les dijo que iban armados y, obviamente, sería una temeridad confiarse.

Emilio era uno de los hombres armados que custodiaban la testa de la caravana; por si los bandidos de los montes y el desierto; y dio la voz de alarma para que el numeroso grupo se detuviese al comprobar que un pequeño ejército tribal se les aproximaba por el camino que debía ir a Figuereida-Recón.
Ante la incertidumbre, ambos grupos se apresuraron en izar visibles sendas banderas blancas de paz.

Los dos capitanes, Kroqthar y el propio Emilio, se distanciaron de sus respectivos acompañantes y se encontraron en un punto equidistante del camino pedregoso y exento ya del asfalto que ayer lo cubrió.
En un portugués imposible, el tribal comenzó:
-¿Quiénes son, y a dónde se dirigen? –Emilio sintió cierto alivio al comprobar que, a pesar de la pésima pronunciación, el otro hablaba su idioma.
-A nuestra ciudad, Figuereida… regresamos de Megalisboa para volver a la tierra de nuestras raíces –sonreía y hablaba lentamente, esperando asimismo que el otro le comprendiera.
-Bien, ¿dónde está Figuereida? –se giró y Emilio respondió.
-Si los ancianos no se equivocan, esas casas que se ven lo son.
-No, no… eso es Recón, nuestra ciudad –replicó Kroqthar al escuchar que Emilio se estaba confundiendo: ellos llegaron muchas décadas atrás, hallaron piedras y asfalto roto, y lo transformaron en el bello lugar, de jardines y arcos de piedra, que era hoy.
-Un momento –Emilio cambió el gesto y se volvió para preguntar al portador de los mapas, un anciano de ojos ciegos y melena blanca y gris.
Luego los dos fueron a donde permanecía Kroqthar y, con el viejo mapa desplegado, trataron de saber si Figuereida era ese grupo de edificios o no.
-Mira… -dijo Emilio interpretando los signos al capitán tribal-: el cerro a la derecha -el otro asentía esforzándose por entender-, el camino principal de entrada; el bosque que acaba en pico… allí se ven los tocones cortados y… -aguardó y se fijó en la holografía inmediata del terreno-. ¡Ah! El barranco que aquí todavía era un río –era evidente incluso para Kroqthar que Figuereida era el montón de piedras y chatarra que sus antepasados hallaron y convirtieron en Recón.
-De acuerdo -dijo al fin-, ¿y qué queréis?
-Recuperar lo que es nuestro –Emilio hizo especial hincapié en la palabra “es”, viendo que su interlocutor también había mudado su gesto: serio e hierático como un rostro pintado en una piedra.

Siguieron hablando unos minutos más, pero lo más destacable del resto de la conversación fue como sigue:
-Nosotros somos los herederos de sangre de los que habitaron aquí, antes y durante el ‘gran catapum’. Es lógico pensar que, después de ser obligados por el hambre y la radiactividad a emigrar, ahora queramos recuperar nuestro sitio en el mundo –arguyó Emilio.
-Sí, pero ahora nosotros vivimos aquí. Hemos reconstruido la ciudad, replantado sus campos y echado raíces… y es lógico pensar -demostró agudeza Kroqthar pese a no hablar bien portugués–, que no vamos a regalar aquello que tanto hemos luchado por conseguir.
-Si no llegamos a un acuerdo -concluyó el anciano portador del mapa–, no tendremos otra opción que recuperar nuestra tierra por la fuerza –lo dijo de forma llana, como si en evidencia fuera la única solución a su reciente conflicto.
-Eso no puedo determinarlo yo -respondió Kroqthar–, pero si vais a asediarnos, los recón estamos dispuestos a defender una tierra que consideramos justa y completamente nuestra.
-Al alba pues, capitán… empezará una guerra.

Kat-Qor se levantó temprano, como siempre, el día después al parlamento… cogió su caballo y se dirigió a su bancal para ver si ya estaban para recoger las cebollas.
-¿Qué hace? –le preguntó un figuereidí que ya se había puesto en la labor de recoger la blanca hortaliza.
-Me disponía a recoger mis cebollas… qué hace usted aquí es la pregunta…
Un disparo sin respuesta verbal le abrió un agujero en el pecho a Kat-Qor, haciéndole caer del caballo sobre el barro…
-Ahora las cebollas son mías.


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