lunes, 4 de mayo de 2020

Fábulas post-apocalípticas XV


“Mi nombre no es importante: sólo soy el cronista real, de palacio, de Génesis y, en el año 130 después del ‘gran catapum’, mi Señor Kratka me ordenó que escribiera las siguientes crónicas.”



15.    LA BATALLA DE KABDETH II

 
"El camino fue fatigoso pero solemne, y el andar rápido y, en algún recóndito lugar de nuestros corazones, deseado. 
En apariencia, cuando llegamos y vimos que subían columnas de humo gris y negro del poblado arrasado por la barbarie megalisboeta, nos presentamos a la batalla más perdida en la que se había enrolado el honorable y valiente, bravo como los toros de nuestras dehesas, Ejército de Génesis.

Sus cañones y carros de combate acorazados resonaban en el campo más allá de las cabañas y las chozas quemadas.
¿Sería pues más fuerte el silbido de nuestras certeras saetas que el rimbombante estruendo de sus cañonazos? ¿Acaso se puede equiparar en el combate el acero y el teflón que rasga el aire, con el valor que nace del corazón y empuña una espada, blandida con fuerza y tesón en ese mismo viciado e irrespirable aire?"

Levantó la mirada y vio la espalda de Jacob, su hermano mayor, quien había abierto una brecha sangrante en el pecho protegido por un chaleco antibalas de un soldado del Oeste. Más allá, después del cuerpo herido y de la compañía que les atacaba de frente, Saulo sólo podía ver centenares de cabezas extendiéndose hasta el confín de los mundos.
El polvo terracota y hediondo de pólvora y sudor se mezclaba alrededor de su nuevo y pequeño Universo con el humo... un humo al que los sanísimos pulmones de Saulo no estaban acostumbrados y que habían respirado hoy por primera vez: el que despiden las armas de alta tecnología de los demonios verdes.
Avanzó unos pasos, Jacob le guiñó el ojo sonriente como siempre, aun estando en serio peligro de muerte bajo la amenaza de los proyectiles del enemigo. Entonces Saulo se vio, frente a frente, con un soldado megalisboeta armado que le apuntaba con su revólver…

El sonido del disparo fue lo último que escuchó; no obstante, no fue lo último que vio. Esto fue su propio brazo derecho, fuerte como el de todos los sefardíes del este, blandiendo su fiel espada brillante y todavía impecable y reluciente, describiendo un arco perfecto ante sí y rajando el pecho del que le disparó. “Al menos, le he acertado...", pensó; y cayó en silenció.

Quizá las palabras de su hermano hubiesen resonado en su mente al caer en ese maloliente polvo, en esa tierra marrón y ocre vendida a la polución y los restos de radiactividad que dejó el ya lejano 'gran catapum'. El olor, la peste, el sabor indecible... se le agarraron al paladar y coparon sus fosas nasales... inundando hasta el último rincón de sus desvanecidas y yacientes entrañas.

Abre los ojos.
Saulo está vivo. Siente firme y renovado latir su herido corazón por ese disparo... que ahora solamente le parece un leve susurro. Pero no ve muy bien. Sólo son sombras: manchas de colores y de luces que van y vienen frente a su morada totalmente perdida. Al toser la boca se le llena del sabor de la sangre: es la suya, y la está escupiendo desde alguna herida interna que de ser médico podría reconocer. No le duele nada hasta que empieza el traqueteo. Alguien le levanta del suelo al darse cuenta de que está vivo... "tal vez sea Jacob". Pero es incapaz de distinguirlo o de pronunciar su nombre. Lo lleva a la espalda: es un hombre grande y fuerte, pues está luchando a pie con su espada mientras le acarrea en mitad de la zona más caliente del combate. 
"Maldita sea... duele... y esa peste... sigue aquí".

No entiende cómo se sujeta al cuello de su salvador. Saulo también es un hombre fuerte, y valiente, es propio de los que son como él. Su tribu proviene de una estirpe clerical que, por defender sus ideales religiosos después del 'gran catapum' en tierra hostil, se convirtió en un linaje de geniales guerreros. Maestros como ningunos otros en el arte de la lucha y de la espada. No hay ni uno solo de ellos que no haya aprendido, desde muy pequeño en la escuela, a utilizar un sable como si el arma fuese una prolongación de su brazo: una extremidad más, natural e innata como las anatómicas, de su propio cuerpo.
Saulo es fuerte, y aun malherido, se agarra con total firmeza a la capa tosca aunque de altísima calidad de quien lo carga.
Éste, por su parte, a troche y moche derrocha esa maestría y habilidad para combatir y; tras una interminable secuencia de golpes, pasos a la carrera, fintas y sablazos; salir del fragor de la batalla y, en un lugar más tranquilo quizá en la retaguardia del nobilísimo y bravo Ejército de Génesis, dejar a Saulo en el suelo y acercar su rostro para preguntar:
- Chico, ¿estás bien?
"Esta voz me es conocida..."; pero no es la de su hermano Jacob.
-¡Chico, responde! -es autoritaria aun en esa situación.
-Creo que me han dado -logra decir Saulo al tranquilizarse y sentir que su cuerpo y su mente se van relajando sorprendentemente, poco a poco, lejos del maldito hedor-, mi Señor.
-Tranquilo: están terminando de montar el hospital de campaña y te atenderán pronto... tienes una herida fea, no te voy a mentir, pero si no te ha tocado el estómago, te salvarás.
Saulo sólo pudo asentir. Ahora el dolor se mezcló con la emoción, haciendo aparecer lágrimas en el rabillo de sus ojos, para impedir que salieran las palabras.
-Muchas gracias por luchar por la libertad de Génesis muchacho, ahora te dejo aquí... tengo que regresar al ruido y la furia y una batalla que ganar.

Saulo, antes de que un enfermero se pusiese a tomarle el pulso para llevarlo al hospital de campaña después, vio al Rey, a mi Señor Kratka, alejarse hacia el debacle violento y sangriento donde los dos mundos que quedaron en La Tierra tras el silencio luchan por sobrevivir...

-...me cogió como a un saco -relató por la noche a Jacob en la tienda de campaña cuando éste, frenético aunque siempre conservando las esperanzas, lo fue a buscar allí cesada la jornada de combates hasta el siguiente amanecer-, y me trajo aquí cargándose a todo lo que pillaba por delante... sin duda sigo vivo gracias al Rey.
 

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