domingo, 3 de mayo de 2020

Fábulas post-apocalípticas XIV


“Mi nombre no es importante: sólo soy el cronista real, de palacio, de Génesis y, en el año 130 después del ‘gran catapum’, mi Señor Kratka me ordenó que escribiera las siguientes crónicas.”



14.   LA BATALLA DE KABDETH I 



"Los enemigos de la preciosísima Génesis no eran muchos: Artorius y su régimen, que duraba desde el 'gran catapum' y todo apuntaba a que se prolongaría en el tiempo sin fin alumbrándolo, y algunos pueblos tribales del noroeste, de más allá de la tenebrosa Bläckadia, pero mucho menos importantes - por su número y capacidad bélica - que el primero... ensombreciendo el lujo de los territorios de mi Señor Kratka desde esos altos áticos, desde esas terrazas infinitas, en los rascacielos de acero y cristal de Megalisboa.
La pax suele ser el mejor de los peores estados en que puede estar un reino... y la tregua en las fronteras ese año 130 fue o resultó más frágil que nunca antes.
El General Lucius, hijo de inmigrantes del noroeste en Megalisboa, juró desde su niñez ser enemigo de Génesis y todos sus ciudadanos porque su tribu se anexionó al reino de Kurt, Hijo de Unkh, y sus abuelos y su linaje se mantuvo en contra de esa anexión y decidieron exiliarse a la mega-urbe del Oeste tras esa transición de su tierra natal.

Lucius ingresó en la academia militar del Ejército de Tierra de Megalisboa e hizo carrera en él. Destacó de inmediato como odiador de los tribales, de los “salvajes”; y se hizo amigo de Artorius cuando ambos eran estudiantes en las altas esferas de la ciudad... ahora era el encargado de hostigar a los genésicos del oeste, y tratar de hacerles la vida imposible cuando se rompían las frágiles treguas de no agresión en el desierto infértil de tierra roja.

El ataque de Lucius contó con el beneplácito del Gobernador Artorius y supuso el inicio de la enésima batalla iniciada por los megalisboetas para avanzar en su ilícita apropiación, destructiva y cruel, de terrenos en pos de llegar a la zona fértil y rica del centro peninsular... fue un amanecer del mes cuarto, y los atacados fueron los del pueblo conocido como kabdethíes: una tribu antiquísima y guerrera de las menos evolucionadas tecnológicamente de todo el territorio del Nobilísimo Señor Kratka. Quien, cuando arribó el emisario con la grave noticia el atardecer del primer día de batalla, llamó a las tropas para Kabdeth defender."

Kratka descendió la escalinata que lleva a Palacio y saludó a Ret y a Sarkaj, los generales; en la Plaza aguardaba el grueso de las tropas urbanas de Génesis casi al completo. Unos doscientos jinetes de caballería rápida y mil trescientos hombres y mujeres de la hueste de infantería dividida en centurias bajo los estandartes de las tribus a las que pertenecían. Además de las dos compañías de ingenieros, de veintiún trabajadores cada una, encargadas de construir las máquinas de guerra 'in situ'.
Al aparecer el Rey se hizo el silencio en el vasto espacio iluminado por decenas de antorchas y farolas bajo el negro, esa noche más oscuro que nunca por la funesta noticia del ataque a Kabdeth, cielo mudo de estrellas.
-Señor -comenzó Ret, quien tenía permiso para hablar sin que el monarca se lo expresara de manera explícita-, todo el ejército de la ciudad está a su disposición y lista para marchar. Sólo quedarán en Génesis los centinelas y su guardia personal -en ese momento Kratka arqueó una ceja pero dejó continuar con la información al general-, además, hemos enviado dos mensajeros al oeste para que se nos unan en el camino tanto blackädian como eloíses: doscientos o trescientos soldados de infantería y caballería rápida sumados a los mil quinientos aquí presentes.
-Muy bien Ret. Enviad a parte de la infantería que tenemos aquí al suroeste, que hablen con los post-andalusíes por si se trata de una maniobra de distracción y atacan después por el sur... saldremos en seguida, ¿dónde está Murk?
-...pero Señor, vos debéis quedaros aquí; puede peligrar vuestra vida si marcháis al frente...
-Ret -subió el tono de su voz el monarca agravándolo-, avisad a Murk, mi escudero, y que ensille a Salieri, el caballo que me regaló Skulk.
-Sí mi Señor.
-Sarkaj, ¿ha pasado usted revista ya a las tropas?
-Sí mi Señor.
-Entonces ya no hace falta que lo haga yo... confío en su criterio...
En ese momento apareció 304, el embajador de Metaloburgo, con su séquito de robots.
-Señor Kratka, -se adelantó 304 haciendo al mismo tiempo el saludo protocolario-, ¿qué sucede?
-Nuestros territorios han sido atacados en el oeste, en el sitio de Kabdeth, y partimos en este momento hacia allí para repeler al enemigo cuanto antes.
-¿Vais a ir vos, mi Señor? -preguntó con curiosidad el Mirada Serena.
-Por supuesto 304, ¿qué clase de Rey sería si no lo hiciese? "Cualquiera, antes de ser un rey debe ser un hombre". No podría, sería totalmente incapaz, de aguardar sentado en mi trono, haciendo mis quehaceres cotidianos tranquilamente, mientras mi pueblo está sufriendo dejándose la piel y la vida en el campo de batalla... no es el Pueblo el que a mí se debe sino yo como su Rey quien me debo a mi Pueblo.
-Es encomiable su gesto mi Señor -respondió el robot-, nosotros también iremos: nunca he estado en una guerra, y me gustaría vivir una al menos una vez en mi vida.
-No es algo agradable embajador...
-¿Qué clase de amigo sería? -preguntó retórico 304, emulando al monarca cuando éste comenzó con su escueto y contundente discurso-. Allá a donde vayáis, vuestro vasallo irá... y si he de luchar a vuestro lado, arriesgando mi físico si ello procede, pues de igual modo que vos os debéis a vuestro Pueblo, yo me debo a mi honor y marchar con vos esta noche es el único modo de cumplirlo.

En seguida apareció Ret, acompañado de Murk, quien ya había ensillado a Salieri, y el Rey lo montó blandiendo su espada sobre la testa. Dibujó un círculo majestuoso con su filo para que lo vieran todos los soldados allí desplegados y, tras un breve toque de cuerno, el monarca habló:
-¡Soldados, fieles soldados de la bella Génesis, luz de las Naciones! ¡Atended: vuestros hermanos de Kabdeth están siendo atacados por el demonio verde de Megalisboa! ¡¿No os hierve la sangre en las venas, sedienta de libertad y de paz?! ¡¿No os sentís ya, como ellos, en el fragor del campo de batalla?! ¡¿No es acaso nuestro objetivo hacer entender al enemigo que nuestra hermandad está por encima de todo: incluso de su barbarie y sus envidias?! ¡Marchemos pues, y que los dioses dirijan nuestra carga, entesen nuestros arcos y afilen nuestras espadas!
El clamor de los mil quinientos soldados hizo temblar los cimientos de la ciudad... los gritos de victoria y de ánimo poblaron al unísono, espeluznantes y emocionantes, el aire sobre las testas de los muchos quienes, sintiendo ese dolor de triunfos y agonías del que hablaba su Rey, vieron aparecer lágrimas en sus ojos con sus corazones prestos para la batalla.

Aquella noche, la Señora Luna nos vio partir a Kabdeth con nuestro Señor al frente, las estrellas como guía y con la frente bien alta.
 


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