Buenos días mi amor,
Los mayores y peores enemigos del Hombre son aquéllos que no puede ver. La ignorancia, la enfermedad silenciosa, la muerte, y el laberinto del trajín. Absortos, perdidos en los afanes cotidianos de una vida vulgar, insípida, rutinaria y pesada como un Coloso de Rodas de bronce, nos vemos pasear por este mundo cuales autómatas inanimados. Nacer para nutrirnos, reproducirnos y morir. ¿Acaso no es la vida un ciclo sin fin en el cual sólo somos un eslabón, mínimo, tan minúsculo que cuyo eco es el silencio? ¿Acaso no somos sólo aire: un viento a veces solano, otrora tramontana, llevado por las corrientes, que muere al detenerse?
Hemos quienes en ocasiones no tenemos otra opción que pensar así. Y miramos por el escaparate de nuestro económico encierro, viendo la vida de otros pasar por la acera del mundo. Como quien contempla el espectáculo del cosmos desde un cristal, o sombras proyectadas en la pared de la interminable caverna que nos somete.
Días de hielo nos tocará vivir. Días de borrasca, de trueno, de tempestad... qué no soy yo quien libera tu tormenta. Dadme los relámpagos, que tronarán mis manos desde los cielos, para traer estruendo y sones violentos y vientos a rebramar. Sobre nosotros. Siempre.
Qué es la vida, dijo el pirata, que por perdida ya la dio. Nacidos para alabar el Nombre de Dios mientras nos consumimos como velas, como cilindros cereféricos sobre candelabros salomónicos en lúgrubes y oscuros altares. Acaso no es el corazón un altar, y el cuerpo Templo. Si pudieras verlo sólo un momento a través de mis ojos... si tan sólo otro ser pudiera hacerlo... solamente soy capaz de ver sombras en un mundo abyecto, podrido, estafador y estafado, que malhuele... hiede de nada. Una nada que hago mía, inconscientemente, sin querer quererlo. Indistintamente. Como quien respira, como si nada.
Y vienes tú, con tus molestas cosquillas que detesto. Con tus dedos paseando por mis costillas. Con tus besos furtivos. Con tu alegría infantil. Con tus caricias... y la tormenta grita. Y quiere ser otra cosa y no sabe lo que es porque no ha sido nada más que eso. Y muchas veces no lo entiende. La mayoría.
Y vienes tú con dos niños de la mano, una a la derecha y el otro a la izquierda. Y pañales, y cereales - kilos de ellos - y galletas de chocolate, y poder comer helado de postre. Jugar a la Play Station y conocer el nombre de los personajes de Boku no Hero. Y vienes tú con cafés fríos para antes de ir a trabajar. Con labios abiertos de buenas noches. Con frenesí y con regalos cuando cobremos la nómina y el mes no nos haya ido tan mal. Con tus apestosas flores, con tus horribles vestidos y tu inútil colección de zapatos y pendientes de plata. Con todo lo que es bello y tiene sentido... y me lo arrebatas. Y mi sentido ya no está porque se ha ido con tu dedo bajando mi espalda.
Y de entederlo todo paso a no entender absolutamente nada.
Si sólo somos aire por qué me detengo. Te cojo de la mano y, enfurecido por dentro al dejar de ser yo: remolino y laberinto, árbol y número, fuego devorador y piano ascendente a la superficie del Mar, soy tú. Soy tú cada vez que entro en casa y estás allí tras la puerta. Soy tú sentado en el Paseo mientras tu hijo juega con las olas. Soy tú molestando a nuestra hija con tonterías para evitar sentir que su madurez me hará perderla. Soy tú levantándome a tu lado aunque me cueste admitir que me espera otro absurdo día. Soy tú sandwich de nocilla, burritos de chile en el horno, pasta a la carbonara, y esos garbanzos fritos con ajo y aceite de oliva, con un poco de sal y pimienta, soy tú bajo el fuego y sobre la caricia.
Soy tú lágrima viva, moco tendido. Ropa sucia. Soy tú balcón que mira al kiosko y al atardecer. Suspiro. Soy tú mirada lasciva cuando te cambias de ropa.
Y ya no soy yo. No más monstruo, no más V de Vendetta, no más Chicho Terremoto ni Tango. No soy escritor, ni poeta... no soy blogger ni instagramer. Y ya no más rencor de 1994 ni harina. No heavy metal. Y pongo música new age en el spotify... y sonrío con Christian Castro y sus pitufos azules. ¿Qué me has hecho sino cambiarme? ¿En qué me has convertido, sino en tu siervo? Seré tu esclavo para siempre, a merced de tu sacrosanta voluntad, desde el momento en que me convertiste en una parte inseparable de ti.
Cada cosa que haga bien será tu triunfo. Cada cosa en que falle, tú la cometiste. Porque, cariño mío, no queda nada de mí que no se pronuncie con tu nombre.
Te amo.
Miguel Díaz Romero
Torrevieja, 5 de agosto de 2021
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