domingo, 6 de febrero de 2022

Poesía: Décimoquinto aniversario

 

Hay una vieja canción marinera, o rockera, o puede que fuera de metal de los ochenta, de cuyo nombre no quiero acordarme, cuyo estribillo reza así:

It's the way that we make things right    

  It's the way that we hold on tight 
  I know it's the sign of the times

It's the way that we make things turn  

It's the way that we live and learn

  I know it's the sign of the times  
  Es la forma en que hacemos las cosas bien  
  Es la forma en que nos aferramos fuertemente  

Sé que es el signo de los tiempos

Es la forma en que hacemos que las cosas cambien  

Es la forma en que vivimos y aprendemos

  Sé que es el signo de los tiempos

Corría el año 86: los niños llevábamos parches de los Kiss en los vaqueros rotos; en el mercadillo vendían cintas de Camarón y los Maiden; los columpios eran trampas mortales y el país acababa de entrar en la OTAN…

…nadie podría haberme dicho ni entonces, ni en el resto de años siguientes, de partidos de baloncesto en los pueblos de Albacete los sábados por la mañana; de litronas y papel de fumar en la guarida los fines de semana; de épocas de exámenes las veinticuatro horas en Blasco Ibáñez; de viajes al centro de la Tierra, afuera del Universo, y al fondo del alma; que una noche de viernes entraría en aquel chat de Alicante de Terra…

El mundo es un pañuelo, doblado en un punto intermedio entre Caudete y Bogotá. He aprendido a ponerle ají a la tortilla de patatas.

que los tenis se llaman zapatillas.

Me veo en el reflejo de la cara de nuestro hijo y en el carácter de esa señorita. Quizá tú te veas en ellos también.

Pienso que quince años no son nada, me vienen a la mente versos de Gardel. Las manos curtidas de mi abuelo acariciándome la espalda. Las esperas en el portal a que un Nissan Patrol rojo y blanco apareciera del Camino Viejo de Elda por la esquina de la Calle Alicante frente al Mercado Central de La Frontera. Mecanografía, o las clases de inglés.

Pienso que la vida es un soplo… tengo cuarenta años, por Dios. Y llevo doce sin fumar. Sólo soy a veces un hombre lagarto, un eslizón escriba de los textos sagrados del Gran

Mazdamundi, coleccionando cómics de Wade Wilson. Y, sin embargo, por ti y ellos soy algo más.

Es curioso cómo empiezan las cosas importantes, ¿no crees?

Quisiera haber escrito unos versos que acompañaran a la llave de Kingdom Hearts que te regalé ayer… como que es la llave de mi corazón o alguna cursilería desagradable de esas que no tienen fondo, que se dicen en tik-tok porque sí, o las grita una mexicana equis en youtube.


Pero es que lo nuestro no tiene que ver con llaves ni versos. Va más allá de lo poético nuestra relación. Excede los límites de la lírica y los convencionalismos de un romanticismo que no desea volver a estar de moda. Lo nuestro, como esa canción que a veces pones de Arjona, no se escribe en el papel.

No hay poema, cariño mío, capaz de relatar la aventura que estamos viviendo.

Me sacaste de un pozo difícil de construir que, a punta de autodesprecio, me costó mucho cavar. Y jamás tendré besos suficientes con que devolverte las cuentas.

Quince años son nada. Y todo.

Al fin y al cabo, cuanto escriba hoy será un eufemismo ineficaz. Porque apunto al Infinito desde que te conocí. Un escalón por debajo de la Eternidad es el fracaso, y la muerte.

Siempre soñé con ser inmortal… y tú me has dado de beber la cornucopia de la vida eterna. Me siento importante junto a ti.

Y eso me basta. Y me completa.

Feliz decimoquinto aniversario, mi amor.

5 de febrero de 2022.
Miguel Díaz Romero (c)
 
Europe

 

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