Queridísima Andrea,
Hoy el despertar ha sido abrupto, de sobresalto, por los vientos gélidos que soplan sobre el páramo, barriendo los pensamientos.
Sobre el hedor inicial de la carne quemada, hay una fragancia amable que me invita a soñar y rememorar los tiempos en que, juntos, fuimos tan felices… las vestales de la memoria me llevaron anoche, por un momento sencillo aunque eterno en mi interior, a aquella cena frugal en la pizzería del centro de la ciudad. Las sonrisas de los niños; la cerveza fría, a punto de hielo derramándose sobre el cristal; el aroma del gorgonzola y el orégano; nuestras miradas cómplices a pesar de los años; el calor de tu risa… las madrugadas en vela, besándonos… los largos paseos.
A través de los cristales que me hacen de pantalla, veo a los Hombres pasar. Quizá Schopenhauer tenía razón y todos nacemos y morimos empuñando un arma, que en todas partes hay un enemigo, que la lucha del individuo contra sí mismo y lo demás es infinita… y que el amor es la compensación de la muerte.
No pienso en la muerte mi amor. Puesto que el anhelo ardiente de mi corazón es reencontrarnos.
Si hay un atisbo de Eternidad esperándonos al final del camino por este Universo,
Quiero pasarlo contigo.
Quien te amará más allá del apagado de la última estrella,
En el Páramo atlas, frente norte, 14 de marzo de 2197
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