jueves, 19 de marzo de 2015

Relatos indultados: "El ángel vengador"

Este relato fue, en principio, la apertura de una novela que nunca continué...

El demonio miró en derredor: la más absoluta de las oscuridades se había cernido en el barranco... ni sus pupilas felinas eran capaces ahora de distinguir nada en aquella densa tiniebla. Aspiró profundamente el humo hediondo y un sonido cercano le hizo mover la oreja derecha, puntiaguda y roja. Era el sonido de dos espadas saliendo de sus respectivas vainas con revestimiento de metal.
- ¿Dónde estás? - Preguntó a las sombras, - ¡déjate ver! - Gritó, presa de la desesperación.
- A tu lado. - La voz andrógina, sensual y viril al mismo tiempo, le asustó y dio un brinco en dirección opuesta. Cayó al trastabillar sobre las rocas y el barro... seguía sin verle... cerró los párpados con la intención de enfocar y pudo, al fin, distinguir algo: el brillo de lso dos letales filos que se acercaban con firme parsimonia. - Has sido declarado culpable. - Sentenció la voz de quien lo amenazaba y los filos se movieron raudos, decapitando al demonio con una equis de metales... sonó como quien corta un tomate fresco por la mitad sin golpear la tabla al final.
Las tinieblas se disiparon de inmediato y una luz blanca, radiante y cálida, iluminó el barranco. Éste se situaba en un valle ahora fértil, de cómoda yerba verde por doquier, con almendros en flor salpicándolo aquí y allá. Un arcoiris magnífico reinaba la escena en el lejano horizonte al Oeste.
El ángel vengador suspiró y el cadáver del demonio explotó silencioso, convirtiéndose en un grupillo de burbujas negras de reflejos granates que fueron estallando y desapreciendo sin más.
El ángel vengador miró hacia el infinito cielo blanco e hizo crujir los huesos de sus cervicales: la caza había sido dura... pero ya había terminado.
Sonrió sin saber tan sólo en qué estaba pensando, y echó a andar barranco abajo... todavía llevaba sus dos espléndidas espadas adamantinas en las manso; enguantadas de un cuero marrón oscuro y brillante. 

Cuando Trendt hablaba, la gente solía escucharle. Parecía una afirmación simplona y obvia, pero no lo era...

Miguel Díaz Romero (c)

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