AUTOBIOGRAFÍA DE MIGUEL DÍAZ LÓPEZ
Transcripción digital de un cuaderno manuscrito hallado en su taller en
marzo de 2017, casi dos meses después de su fallecimiento por cáncer de pulmón.
Boy a sincerizarme lo más
posible en escribir estas líneas, si bien recuerdo esta es la cuarta vez que
cojo papel y bolígrafo para escribir todo o casi todo lo que a lo largo de
veinticuatro años me ha sucedido, he dicho, y hecho, y pensado; a las conclusiones
que he llegado, después de estudiar y leer varios libros tanto políticos,
sociales, religiosos, y de ficción.
Nací a unos catorce kilómetros de
un pequeño pueblo llamado Caudete, rico en productos agrícolas, y ganado obino; pero a la vez pobre, pues las
tierras como el ganado, pertenecían, y pertenecen, en menos grado a unas
cincuenta familias, las pudientes.
Toda la basta llanura de las puertas de Valencia, hasta los términos, de La
Encina, y la ciudad de Villena, pertenecen a tres propietarios; un treinta por
cien de las tierras cultivables, y más fértiles de la población; de las puertas
de Murcia, hasta los términos de Yecla y el pie del oeste de Sierra Oliva
pertenece a unas veinte familias, esto constitulle
un cincuenta por cien de las tierras cultivables y el veinte por cien
restante, que ocupa todos los viñedos, toda Sierra Oliva, y tres Cabezas,
estaba y está repartido entre varios propietarios pequeños y medianos.
Mi abuelo, uno de los medianos
propietarios de Sierra Oliva, vendió sus tierras, pues sus dos hijos varones
fueron encarcelados después de la Guerra Civil, según mis padres y tíos me han
contado, no vendió las tierras, porque faltasen brazos para trabajarlas pues
estaban las yernas que heran cuatro, y desde que se casaron con
sus hijos, todos trabajaron codo a codo y con armonía aquella finca llamada, El
Graniyo, haciéndola cada vez más
fértil y estensa. El motivo de que
las venidera, fue que en el pueblo todos le conocían, como un acérrimo republicano,
al igual que a sus hijos varones, como cerrados comunistas; he aquí el hecho,
que al cavar la Guerra, el abuelo sin saber porque,
tubo que pagar unos impuestos algo
elevados en aquel tiempo, así como que donar a la fuerza cien cabezas de ganado
obino, unas cincuenta fanegas de
trigo, otras tantas de cebada, diez hectolitros de vino y seis de aceite. Así
pues la hacienda del abuelo se vio empobrecida al másimo, mientras que otras se enriquecían; esta fue la rrazón de que el abuelo vendiera.
Mis padres así como dos de mis
tíos pasaron de propietarios a medieros, en aquellas mismas tierras; y yo nací
allí en aqueas tierras, en las que jugué y crecí hasta los cinco años sin más
amigos que un perro, y una llegua
vieja que por su edad no salía a labrar las tierras y pacía todos los días en
un bosquecillo de chopos que esiste todavía
frente a la casa y junto a la rrambla,
que no es tal, sino un pequeño arroyuelo, que abastece una gran balsa, que hay
cien metros abajo combirtiendo así
cerca de una hectárea en tierra de regadío, y vergel del Granillo, que es así
como llaman a aquel parage.
Tendría yo cinco o seis años
cuando mis padres dejaron la haciendo y fueron a vivir al pueblo, por
desacuerdo con los nuevos propietarios de la finca;
Aquí fue donde empecé a darme cuenta
realmente de lo que sucedía a mi alrededor, vajo
el ingenuo pensamiento de un niño, mis padres e llevaron a un colegio
público para que aprendiera a leer y escribir, y hice mis primeras amistades,
por las cuales me gané más de dos cachetes de mi abuela paterna pues vivíamos
allí en su casa.
Mis amigos de infancia, son hijos
de pequeños propietarios, que si bien sus padres no tenían que vender su mano
de obra tampoco vivían muy olgueramente,
y la amistad de sus hijos acia mí no
les era muy grata que digamos, por los antecedentes de mi familia, de la que yo
me siento y me he sentido siempre orgulloso; recuerdo que una vez, tendría yo
siete años, mi padre fue llamado al cuartel de la Guardia Civil y retenido allí
durante cuatro días, acusado, por el padre de uno de mis amigos, de haber llebado de comer y unas cajas de
cartuchos de escopeta, a cuatro maquis, del pueblo que andaban por Sierra
Oliva.
A estos cuatro señores ya no se
les podía llamar maquis pues habían perdido toda perspectiva y contacto, con la
línea del P.C.E. sino simples rebeldes, que uno moriría bajo el fuego de la
Guardia Civil meses después y los tres restantes emigraron a Francia.
La segunda detención de mi padre
le costó mucho dinero a la abuela, y también la vida, recuerdo que unos días
después de conseguir su liberta, habiendo sobornado, al cabo comandante de la
Guardia Civil, al juez, el alcalde, y secretario del ayuntamiento, cayó muy
enferma, muriendo a los pocos días.
Después de lo sucedido, a mi
padre le fue muy difícil encontrar trabajo en el pueblo. La razón de que tres
de mis hermanas dejaran el colegio y se pusieran a trabajar en un taller de
mimbre, y mi madre se biera obligada a
labar la ropa de algunos señores, que
decían compadecerse de nosotros.
Yo me puse a trabajar de pastor
en la misma finca que perteneciera a mi abuelo. Después de la discursión de mi padre y tíos cono el
propietario, habían unos nuevos
medieros, que habían venido de Valencia. Cobraba yo cuatrocientas pesetas al
mes, la comida y la ropa teniendo libre el último domingo del mes. Así fue como
conocí al personage más preciado por
la gente pobre del pueblo, un viejo maestro de la República sin plaza en la
Dictadura, que después de haber pasado, nueve años en la cárcel se dedicaba, a
andar por las casas de campo, a lomos de un pequeño jumenco, y enseñar, a leer escribir, y arimética a los pastores y muleros de las labores, a cambio recibía
un plato caliente, y un techo donde dormir. A los pastores como yo nos estimaba
más que a ninguna otra persona, pues nunca le faltaban tres o cuatro huevos,
que anteriormente nosotros habíamos coguido
del gallinero, o una buena jarra de leche de la mejor, que luego él la vendía
por el pueblo para así sacar para sus pequeños vicios.
Este hombre jugó un gran papel en
mi vida pues me enseñó muchas cosas y me fue durante cinco años abriendo los
ojos, y sin odio hacia nadie, creo que fue él, el que me inculcó mis ideas de oy, me hablaba de Pasionaria, de
campesinos, de Lucio Lovato, de Largo Caballero, y otras personalidades de la
República y la Guerra. Me enseñó historia, y me contó muchos pasajes de su
vida.
A la vez que mi admiración crecía
hacia este hombre, él me enseñaba sin darme yo cuenta a ser cada vez más hombre
y más consecuente con mis actos.
Los cinco años que anduve de
pastor desde los ocho hasta los trece, desde el cincuenta y nueve, al sesenta y
cuatro fueron los años más felices de mi vida, me gustaba correr tras las ovejas, saltar por el monte, cantar y silvar; me gustaba imitar al corderillo
para oír la valada de la oveja
nerviosa vuscando a su cría, que havía quedado en los corrales, imitaba
al potrillo, para que me respondiera la yegua, a la perdiz y al jilguero,
respetaba los nidos porque así me lo había enseñado mi maestro, pero perseguía
a las perdigotes, y colocaba varitas
de emvisque, cerca del nacimiento del
arroyo, trepaba por la pared del rincón del higuerazo, para chupar la miel de
la colmena salvaje que allí había, y comer los madroños, que por capricho de la
naturaleza crecían en medio de la escarpada cingla, crecí, y jugué libre, me
gustaba hacer cabrear a los perros, siempre fieles al ganado y a mí. Una vez,
por culpa de estos juegos perdí una obeja,
era por el mes de noviembre época de la paridera, y cuando el ganado sueña
frío, que se dice, en esta época, hay que llevar mucho cuidado, pues las ovejas que van a parir siempre se quedan
algo rezagadas, y si no las ves pierdes la obeja
y la cría, y esto es lo que me sucedió a mí, cuando llegué a la casa y mi
patrón contó el ganado y observó que faltaba una, después de darme una gran
bronca y dos bofetadas, me mandó a buscarla con mala suerte para mí y mis dos
perros pues los tres nos tuvimos que ir a dormir sin poder cenar, este echo me dolió mucho, y me dio mucha
rabia el no poder defenderme, por ello me prometí a mí mismo no volver a perder
ninguna otra obeja y cumplí la
promesa en todo el tiempo que seguí siendo pastor después de este echo, no volví a perder ninguna obeja, pero sí algún que otro cordero
recién nacido, que iba a parar al estómago del maestro o de mis hermanas, y
cuando llegaba a la casa alegaba que la obeja
había mal parido.
Continúa en Autobiografía de Miguel Díaz López 2/2
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