domingo, 12 de mayo de 2019

Corazón de acero II

Ella, ella, ella. Fer decidió dar un paseo aquella mañana nublada en Vomisa. No se levantó demasiado tarde, por lo que tendría tiempo de ir al barrio humano, beberse una pinta de lo que antes llamaban cerveza, y regresar para comer, solo y tranquilo, en su deshabitado hogar. Las calles de asfalto surcadas por vehículos motorizados; las aceras repletas de androides yendo y viniendo con sus afanes cotidianos; y ese olor embriagador a aceite, gasolina y plástico caliente eran el cénit de una Humanidad acabada. Primero fueron las impresoras 3D, los brazos y piernas biónicos, los robots aspiradora… el coche que se pilotaba solo, el asistente personal androide, el obrero robot que no cobraba sueldo. Después fueron los primeros androides con conciencia social, los que aprendieron a refutar las tres leyes y los que odiaban a sus “creadores” humanos. Más tarde, los primeros seres sintéticos y artificiales auto reproductivos y los que llegaron al Poder. El mundo reducido a un chip, a un circuito, a un algoritmo y una caja de plástico por corazón. Fer nunca se había preguntado cómo hubo sido el mundo humano antes… nadie lo hacía ya. La cerveza, o lo más parecido que se podía consumir a ésta allí, le enfrió el gaznate y relajó su cuerpo y sus sentidos. Puso por un instante su mente en blanco sobre el vaho que formaba la humedad en el cristal de la jarra. “No te has cruzado con ella”, le dijo la incesante voz de dentro de su cabeza, y la imagen de quien amaba ocupó el reverso tenebroso de sus párpados cerrados. La conversación de otro cliente con el barman le sacó de las quimeras rozando a su platónica amante y esbozó una sonrisa moviendo el mentón, como si hubiera oído lo que habían dicho los otros… esperaría un poco más: con el deseo ferviente de, al menos, verla en la acera. 


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