Ella,
ella, ella. Fer decidió dar un paseo aquella mañana nublada en Vomisa. No se
levantó demasiado tarde, por lo que tendría tiempo de ir al barrio humano,
beberse una pinta de lo que antes llamaban cerveza, y regresar para comer, solo
y tranquilo, en su deshabitado hogar. Las calles de asfalto surcadas por
vehículos motorizados; las aceras repletas de androides yendo y viniendo con
sus afanes cotidianos; y ese olor embriagador a aceite, gasolina y plástico
caliente eran el cénit de una Humanidad acabada. Primero fueron las impresoras
3D, los brazos y piernas biónicos, los robots aspiradora… el coche que se
pilotaba solo, el asistente personal androide, el obrero robot que no cobraba
sueldo. Después fueron los primeros androides con conciencia social, los que aprendieron
a refutar las tres leyes y los que odiaban a sus “creadores” humanos. Más
tarde, los primeros seres sintéticos y artificiales auto reproductivos y los
que llegaron al Poder. El mundo reducido a un chip, a un circuito, a un
algoritmo y una caja de plástico por corazón. Fer nunca se había preguntado
cómo hubo sido el mundo humano antes… nadie lo hacía ya. La cerveza, o lo más
parecido que se podía consumir a ésta allí, le enfrió el gaznate y relajó su
cuerpo y sus sentidos. Puso por un instante su mente en blanco sobre el vaho
que formaba la humedad en el cristal de la jarra. “No te has cruzado con ella”,
le dijo la incesante voz de dentro de su cabeza, y la imagen de quien amaba
ocupó el reverso tenebroso de sus párpados cerrados. La conversación de otro
cliente con el barman le sacó de las quimeras rozando a su platónica amante y
esbozó una sonrisa moviendo el mentón, como si hubiera oído lo que habían dicho
los otros… esperaría un poco más: con el deseo ferviente de, al menos, verla en
la acera.
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