“Mi nombre no es importante: sólo soy el cronista
real, de palacio, de Génesis y, en el año 130 después del ‘gran catapum’, mi
Señor Kratka me ordenó que escribiera las siguientes crónicas.”
2. EL EMBAJADOR MECÁNICO
"Kratka
es el tercer rey de Genesis. El primero fue Unkh, El Elegido, quien construyó la Akademia y reunió bajo un
solo mando las tribus; a la muerte de éste le sustituyó su hijo Kurt, El
Sereno, que murió en extrañas circunstancias hace menos de diez años en un
viaje al extranjero; y al que le siguió Kratka, El Valiente, Virrey de Kurt,
quien no dejó descendencia.
Kratka
trajo consigo la pax definitiva a los territorios de la Península exceptuando el
frente invisible de la guerra fría contra Megalisboa, y es el primero que ha
enviado embajadas a tribus o ciudades-estado que están fuera de su protectorado
como la lejana Bläckadia, y recibido embajadores como el que llegó aquella fría
mañana de la ciudad del este llamada Metaloburgo."
En la puerta del sur, junto a la atalaya, Knur y Sepra dejaron al unísono su conversación sobre la última vez que cada uno de ellos hubo salido de caza y del tamaño desproporcionado de la presa conseguida que incrementaba cada vez que se referían a ella. Habían sido avisados de que llegaría, esa jornada o la siguiente, el primer embajador de la ignota e inhóspita Metaloburgo: más allá de la frontera donde el aire deja de ser respirable por lo radiactivo. Pero ni en sus más delirantes fiebres o más fantásticos relatos podrían haber imaginado aquéllo que sus miradas seguían subiendo el camino pedregoso desde las entrañas del valle. Knur fue el primero en reaccionar y dar la voz de la inminente llegada de la embajada a Génesis... una nube blanca de hálito salió de su boca y se disipó en el gélido aire; de hecho, podía distinguirse nevada toda la ladera del Gigante, la montaña donde los hombres del recomienzo horadaron sus cuevas y vivieron las primeras décadas tras el 'gran catapum'.
Pronto
Kratka sería avisado por uno de los guardias y, dejando su palacete en el
centro de la pequeña urbe, habría descendido a caballo acompañado de una
cohorte de bienvenida ya preparada hasta la puerta meridional. No había hablado
nunca con un Mirada Serena, el gentilicio de quienes habitaban Metaloburgo, y
la descripción de esos seres por parte del correo que llegó hasta la frontera
al inicio de las conversaciones fue tan increíble que hubo despertado un
interés y curiosidad inusuales en el monarca guerrero.
El
sonido de los motores eléctricos, suave pero algo estridente para los oídos de
los genésicos, dio paso a un silencio expectante: eran dos vehículos
automóviles, pero nada tenían que ver con esos ruidosos coches con motores de
fuego que usaban los megalisboetas. Parecían insectos de metal plateado y
blanco que se deslizaban acariciando el suelo en lugar de rodar sobre él. El
caballo de Kratka detuvo su galope en el quicio del arco que daba comienzo a la
preciosísima Génesis; resopló y alzó su frente mostrando su casta; descansó
luego sus lomos cuando Kratka se apeó de él. El Rey, con un leve gesto de
mentón, indicó a uno de sus lacayos que fueron con él que se acercara al primer
vehículo como símbolo de vasallaje. El lacayo lo hizo y frente a él se abrió una
de las puertas laterales del automóvil... tragó saliva y sintió que el corazón
se le iba a salir del pecho al contemplar con más miedo que respeto el rostro y
aspecto del embajador.
Kratka abrazó a su invitado como es costumbre y se quedó, perplejo y sincero, unos segundos contemplándolo: sus ojos eran redondos y una luz roja y brillante alumbraba en su centro; su cara era una carcasa de metal exenta de nariz con tornillos formando una hilera en su mejilla izquierda; y su boca era una rejilla de alambres con un altavoz rectangular y horizontal tras ella. Como él y sus lacayos llevaban tupidas túnicas escarlata - ropaje de los Mirada Serena modelo 'War Ant' - no podía ver sus articulaciones compuestas por gruesos tornillos y tuercas pulidas, cubiertas de carcasas grises similares a la de su cráneo y su 'faz'; aunque sí estrechó su mano: con cinco dedos como la de un hombre, pero éstos eran de metal y brillaban cuales filos de espada, y su tacto era como el de un manojo de llaves.
-Estoy
muy complacido de ser el primer Mirada Serena en convivir con ustedes, Su
Majestad -dijo con una voz que no era voz, sino un sonido electrónico y
sorprendente que al salir de su 'boca' se iba convirtiendo en sílabas que,
gracias a pausas metódicas entre ellas, formaban las palabras.
-El
complacido soy yo, 304 -ese número era el 'nombre' del diplomático de acero-.
Disculpe mi ignorancia, pero supongo que no beben sus carros ni ustedes
necesitan de vianda, entonces... ¿qué puedo ofrecerles para que se restauren
del viaje?
-No hay nada que disculpar... un grato paseo y una amena descripción de su preciosa ciudad nos será suficiente -se giró y dijo a dos de quienes vinieron con él-: 502 y 503, aparcad donde os indiquen y aguardadnos allí mientras Su Majestad nos muestra la belleza de la famosa Génesis.
-No hay nada que disculpar... un grato paseo y una amena descripción de su preciosa ciudad nos será suficiente -se giró y dijo a dos de quienes vinieron con él-: 502 y 503, aparcad donde os indiquen y aguardadnos allí mientras Su Majestad nos muestra la belleza de la famosa Génesis.
Estando frente al pórtico original de la Akademia, un grupo de jóvenes bebía hidromiel y jugaba a las damas donde empieza el jardín del campus y termina el parque de piedra frente al edificio principal... todos se quedaron mirando en silencio al Rey y a sus acompañantes... las miradas fijas de algún que otro viandante habían descrito durante el paseo sensaciones como temor, curiosidad, admiración... mas las de ese grupo en concreto, notándolo incluso el mismo Kratka, denotaban algo muy parecido al rechazo que rallaba el desprecio. Incluso pudieron escuchar cómo uno de ellos, fornido con la cabeza rapada y tatuajes en sus musculosos brazos, murmuraba contra el embajador y los Miradas Serena tildándolos de "aberraciones" y "monstruos". Kratka fue a ordenar entonces que le detuvieran por ello, pero disimulando con denuedo 304 le sugirió que no lo hiciera y 'susurró' con su voz electrónica que "no tiene importancia, Majestad, discúlpelos y vayamos a otro sitio".
El
día se compuso de visitas turísticas y, a pesar de que los robots no comían ni
bebían; acompañaron al Rey a hacerlo en su palacete con el resto de
funcionarios de la bellísima Génesis, y por la tarde, cuando el sol se diluía
entintando de rojo sangre los cielos del oeste, todos salieron para conocer
también la vida nocturna de nuestros parques y calles.
La música y jarana de una de las tabernas con escenario del norte atrajo la curiosidad de 304, que pidió a Kratka entrar y disfrutar del concierto. A pesar del frío incipiente de aquel cruel invierno del 130, había mucha gente en las calles y la proliferación del comercio y los avances en la dignidad del trabajo habían repartido optimismo entre los habitantes que se traducía en noches interminables de fiesta en las tabernas. Cuando uno de los lacayos del Rey abrió la puerta abatible de la elegida, dos hombres salieron a trompicones empujando al vasallo: uno de ellos era el joven que insultó a los robots por la mañana y, con un puñal en la mano, amenazaba de muerte a su rival con la intención de matarlo. En los dos segundos que hubiese tardado el individuo en describir un arco con su brazo para hundir el acero en el pecho del otro, 304 se acercó y, con su potente brazo de metal, detuvo el estoque del asesino. Éste, perplejo y furioso, le miró con impotencia sintiendo su gélida fuerza quemándole el brazo; incapaz de articular palabra debido al alcohol ingerido. Ante la expectación del Rey y de propios y ajenos, el Mirada Serena preguntó en voz alta al chico:
La música y jarana de una de las tabernas con escenario del norte atrajo la curiosidad de 304, que pidió a Kratka entrar y disfrutar del concierto. A pesar del frío incipiente de aquel cruel invierno del 130, había mucha gente en las calles y la proliferación del comercio y los avances en la dignidad del trabajo habían repartido optimismo entre los habitantes que se traducía en noches interminables de fiesta en las tabernas. Cuando uno de los lacayos del Rey abrió la puerta abatible de la elegida, dos hombres salieron a trompicones empujando al vasallo: uno de ellos era el joven que insultó a los robots por la mañana y, con un puñal en la mano, amenazaba de muerte a su rival con la intención de matarlo. En los dos segundos que hubiese tardado el individuo en describir un arco con su brazo para hundir el acero en el pecho del otro, 304 se acercó y, con su potente brazo de metal, detuvo el estoque del asesino. Éste, perplejo y furioso, le miró con impotencia sintiendo su gélida fuerza quemándole el brazo; incapaz de articular palabra debido al alcohol ingerido. Ante la expectación del Rey y de propios y ajenos, el Mirada Serena preguntó en voz alta al chico:
-Dime
ahora, ¿quién es el monstruo?
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