miércoles, 22 de abril de 2020

Fábulas post-apocalípticas III



“Mi nombre no es importante: sólo soy el cronista real, de palacio, de Génesis y, en el año 130 después del ‘gran catapum’, mi Señor Kratka me ordenó que escribiera las siguientes crónicas.”

3.    EL ESCLAVO DE LA VENGANZA

"Los Miradas Serena comenzaron su migración desde Megalisboa y otros pequeños asentamientos 'civilizados' allá por el setenta u ochenta después del 'gran catapum'. La razón fue más sencilla de lo que a priori se pueda suponer. Los modelos antiguos, a imagen del ser humano, se rebelaron contra los transhumanistas que los crearon negándose a ser mano de obra barata en las minas o soldados suicidas en las absurdas guerras que el nuevo orden de las cosas pudiera generar en aquellos territorios. Al tener conciencia de individuo, a pesar de auto-considerarse desalmados, decidieron unirse y dejar de servir sin más a quienes, de hecho, los habían creado para esclavizarlos. Así, se marcharon al lugar más cercano donde los seres humanos no pudieran sobrevivir para no tener que convivir con éstos... y ese lugar fue la antigua costa de Cataluña y norte de Castellón, donde la radiactividad persiste y el Mar contaminado e inerte brilla, según dicen, púrpura y grana bajo la luz de un pálido y enfermo sol."

No había llorado tanto en ningún momento de su vida como lo hizo en esos momentos de dolor. Un dolor inenarrable, tan intenso que no podía arrebatárselo, aunque lo intentara, de las entrañas de su roto y desolado corazón. El féretro de Lith, su esposa, ardió llevando su alma con la Señora Luna en el centro de la pira funeraria. Tragó una saliva de fuego y metal punzante y cerró sus ojos con tanta fuerza que los párpados creyeron quebrarse unos contra otros. "Ha sido un robo..."; le dijo su primo cuando todavía el cadáver de Lith estaba tendido en el pasillo de su humilde casa en el sureste de Génesis, "alguien ha entrado y, tras apuñalarla, se ha llevado joyas y el tapiz del cuarto de estar". "¿Joyas?"; había pensado él; "tan sólo la gargantilla de oro del ajuar de Lith"; y las narigueras que él le había ido regalando en sus cinco cumpleaños juntos... por un puñado de metal, opinó, su mujer ya no pertenecía al mundo de los vivos y había volado inocente y de manera violenta, al inimaginable reino de los muertos.
-Thod, está empezando a nevar... -le avisó Atrio, su hermano menor, tocándole en el hombro. - Vámonos Thod, tienes que descansar.
La nieve se hizo más intensa acompañándoles en el camino a pie de regreso a Génesis desde el campo conocido como Preliseion, donde los 'creyentes' incineran a sus muertos pues creen que sus espíritus vuelan junto a la Señora Luna. Como no hacía viento, la temperatura del aire ascendió un poco y, a pesar de que la imagen del dulce rostro de Lith todavía pendía oscura de las mentes y los recuerdos de los caminantes, el paisaje se tornó idílico con las encinas, los robles y los pinos vistiéndose de blanco, quietos como centinelas que deben hacer guardia serena en las noches estivales frente a la puerta de un palacio.

La guardia de Kratka, desde que el Rey era Rey, hacía las veces de policía, a caballo siempre entre la investigación civil y el oficio militar. No había pruebas y los testimonios eran tácitos y poco relevantes: un hombre, recio y calvo, vestido con harapos parduscos, había sido visto huyendo a la carrera con el tapiz descrito por Atrio a la guardia.
Habían pasado tres días, y Atrio empezó a preocuparse seriamente por la salud física y mental del derrotado Thod; quien no había probado casi bocado y se pasaba las horas frente al fuego, absorto en sus recuerdos, aislado del mundo y de cuanto le rodeaba; sumiéndose irremediablemente en la sima de su tristeza. Atrio, con delicadeza en el tono, se propuso ese mediodía nevado y silencioso inventar una treta para que su hermano, a quien tanto amaba, saliese de ese pozo oscuro y regresase, si no a la alegría, sí a la normalidad:
-Thod hermano -atrajo su mirada desde las llamas en la chimenea a su rostro-, me han pagado unas monedas extra en la fragua y quiero celebrarlo contigo: tomemos cordero y bebamos mosto en el restaurante de Wend... -Thod le observó ausente, distante como las últimas olas del mar en la línea curva del horizonte- ¿No irás a negar una invitación de tu hermano? Hazlo por mí.
-Está bien -quizá fue la primera frase con verbo que pronunció tras el sepelio de Lith-, pero comemos y seguidamente regresamos.
-De acuerdo -sonrió lo suficiente como para animar a su hermano, que se levantó pesado y visiblemente bajo de ánimo.
Los funcionarios de Génesis quitaban, con palas y carretas llenas de sal, la nieve del centro de las calzadas empedradas y de asfalto resquebrajado bajo un tímido sol que, paulatinamente, se iba abriendo luminoso paso entre las grises nubes de frío algodón. La preciosa, preciosísima, Génesis se desperezaba cubierta de blanco, con algún que otro pámpano puntiagudo en las canaletas; y tiritaba trémula al calor hogareño de las chimeneas y las cocinas de las casas bajas del sureste. El humo ascendía, con aromas de carne y de brasa, pintando de quietud el alma de la ciudad.

Antes de llegar al restaurante de Wend, en un callejón donde los contrabandistas y traficantes solían hacer negocios a ambos lados de la Ley Real, Atrio giró el cuello instintivamente en dirección a su fondo de sombra entre dos tapias blanqueadas al escuchar, por ardides del azar, la palabra "tapiz". Thod, por inercia, siguió la mirada también de su hermano y su rostro, hasta ese momento apesadumbrado de mirada aborrascada, mutó en fuego prometeico de furia bestial. Era su tapiz, y el vendedor del mismo correspondía - al menos en lo de la calva y el ropaje pardo - con el descrito por los vecinos de Thod.
El asesino no se dio cuenta hasta que lo tuvo encima; y el esfuerzo titánico de Atrio por retenerle por los vestidos resultó totalmente inútil; cuando Thod se le abalanzó tirándolo al suelo helado con el placaje. El posible comprador salió huyendo despavorido, y el terror se hizo en el gesto del otro al contemplar la ira encendida y rabiosa refulgiendo en los ojos de su agresor.
Los dos se irguieron al unísono y en el rostro del asesino de Lith se podía ver la búsqueda de un escape imposible. Para Thod, cuyas venas ahora ardían por la sangre hervida y corriente adentro, sólo había un escape de esa violenta situación: la muerte de su oponente. Siendo más fuerte que el asesino, lo golpeó dos veces consecutivas con sus puños desnudos en la cara tumbándolo de nuevo. Atrio le gritaba que lo dejara, que no se dejase llevar por la ira inconmensurable; pero su voz le llegaba a Thod lejana y ahogada como tapada por una sordina. Sólo podía escuchar: "¡Mátalo, mátalo!"; en los ecos de su mente. Se hizo sobre él y, tras izarlo, lo estampó contra la tapia de la izquierda del callejón y lo agarró del cuello con la mano izquierda sosteniendo una piedra con la derecha dispuesto a abrirle la cabeza.
-Quieto hermano -era Atrio, quien le sujetaba el brazo-, no merece la pena: lo entregaremos a la guardia. Pagará, ya verás...
Thod bajó el brazo y al respirar dejó que el aire le calmase. Lo soltó y gritó de rabia sabiendo que Atrio tenía razón.
El asesino se llevó la mano al cuello y también respiró, mas con malas intenciones y teniendo a golpe la espalda de Thod, sacó el mismo puñal con el que había matado a Lith con la pretensión de hundírselo en la carne... a lo que Atrio, raudo, solamente pudo responder desenvainando con la presteza del herrero que era y decapitando al otro con su afilado sable.

La sangre pintó un bello arco rojo sobre la nieve blanca al pie de la tapia. y en ese momento, las nubes entrecerradas volvieron a dejar caer copos suaves, lentos, de nieve sobre ellos.



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