5. POEMAS DEL SURESTE
"Después
del 'gran catapum', antes de la fundación de Génesis y cuando todavía los
padres del Recomienzo eran tan sólo unos niños, en el Sureste surgió una nueva
nación, la nación no tiene nombre y hoy está adscrita al territorio del Reino
de Mi Señor Kratka, pero se trata del lugar más avanzando de entre los de las
tribus que componen el Reino; y ellos, los del sureste, ya domaban caballos y
escribían nuevos alfabetos mucho antes de que la Akademia se convirtiera
en el centro de estudios que ahora es... esto se debe a que, si bien la
radiación llegó a esos territorios, gran parte de la sabiduría del Pasado se
conservó, pero no contaminada de los males tecnológicos y científicos que
siguen corrompiendo a la
Humanidad en lugares como la malograda Megalisboa.
Esta es la historia de Santiago, y
representa el sentir y el pensar de todos los de su raza."
Cuando
ella pasó, acompañada de una de sus amigas, por delante de él en el parque,
Santiago cerró su cuaderno de dibujo y miró hacia otro lado. Evitó su mirada,
demoledora y castaña como la piel de los árboles bajo las nubes del otoño.
Cerró también los ojos, como si el gesto hubiera sido involuntario, para captar
la fragancia única y melódica que la envolvía y a él lo embriagaba. Olía a
flores y a miel, como deben oler si existen las diosas. Cuando ella comenzó a
alejarse del banco donde él estaba sentado, Santiago siguió su trayecto con la
vista, sabía que no se daría la vuelta descubriendo su mirada, su espionaje, su
embelesamiento ante su ya divina presencia. Las hebras de su pelo castaño
moreno, la anchura exacta de sus hombros, la acentuada cintura y el caminar
gracioso de las mujeres que se sienten y saben bellas. Personificación de la
hermosura a sus ojos adolescentes imaginándola durante las largas noches que
soñaba riendo con ella.
La
figura del platónico amor encarcelando el deseo se difuminó en la distancia:
allí donde el parque dejaba de ser parque y se volvía camino, un camino que más
allá dejaba de ser camino y era playa. Abrió el cuaderno y acarició el papel
manchado de carboncillo negro con las yemas de los dedos de su mano derecha; lo
recorrió lento y leve para no estropear trazos y sombras allí plasmadas.
Suspiró. Tragó saliva. Cerró los ojos y los entornó seguidamente al sol de
invierno. Frío sol de invierno algo más cálido en el sureste que en la
preciosa, preciosísima, Génesis. Sobre la celulosa rugosa y amarillenta la
efigie de ella. Ella. Y el mar convertido en sombras. Ella. Y la piel cerillas.
Ella. Y bebiendo los vientos por ella la vida en rosa.
Se levantó y anduvo la distancia que le separaba de ese banco indistinto en el indistinto parque y el destino. Las caracolas de la playa entonaron su nombre permitiendo que la brisa les desnudara. Una peineta de sal sirvió para la ola. Había una promesa en el sonido y un verso en la almohada del lecho que estrenó la caricia en su noche de bodas.
Caminó como quien camina hacia la verdad oculta tras la palabra. Como quien conoce los números y ha escrito las letras. Y el frío dejó paso a esa entrañable sensación de los aurigas flotando sobre la arena; los caballos de su andar relojes despeñándose en una cascada de agua. La siguió sin quererla seguir. Así sin querer también la amaba. Ay Amor que sabes más de cuanto callas. Ay Amor y versos cumplidos y relajados contigo desnuda al alba.
Allí estaba ella, y el mundo contrito en los pulmones del que dibuja musas y hadas.
Se cruzaron las miradas, ¡una vez! Sonrieron al unísono sin conocerse de nada y se cruzaron las miradas, ¡otra vez! Y locura de palpitares y nudos atornillando voces en la boca de la garganta, ¡ y otra! ¡y otra! ¡y otra!
Ay Amor... que moras silencioso en la balada, que esperas como un asesino de tedios y temblores debajo de la cama... Ay Amor y arena y sol y agua.
-Te
he estado dibujando cada día que almorzabas con tu amiga en el parque -se
atrevió Santiago-. Te he estado amando en silencio cuando te veía pasear de tu
casa a la panadería, y de la carnicería a tu casa -mirándola a esos dolientes
ojos más marrones que el marrón y más bonitos que la belleza-. Te he estado
esperando ciento veinticuatro mil seiscientas cincuenta y tres noches velando
por ti en mi soledad de sombra, de frío y de tremolar de entrañas. Me he
cortado las venas por ti y las he vuelto a coser a mi carne para que tú fueras
la cicatriz que cure todas, y sea vestigio mi amor eterno, de todas mis
guadañas. He perdido la cuenta, oh mi vida, de las veces que me he atrevido a
decirte lo que siento y de las que me he echado atrás presa de la cobardía y
del gélido silencio que tus labios de caramelo guardan -la cogió de las dos
manos dejando el cuaderno y una lágrima de cristal de lluvia de ángeles de
emoción se precipitó, resbalándose tibia, desde su ojo hasta su alma-. Te he
estado buscando cada segundo roto de mi muerte, con la esperanza idiota de
tenerte, y que seas tú saciar de mi sed, vianda de mi hambre, muerte de mi
muerte, juicio de mi cordura, sangre de mi sangre, ojo de mi ojo, mano de mi
obra, luz en mi sombra...
-Y
yo he posado para ti cada mañana que te veía en el parque dibujándome -le
respondió ella y el llanto se hizo carne-. Me he paseado delante de ti adrede
de mi casa a la herrería y de la floristería a mi casa -se acercaron tanto que
sus calores fueron una sola-. Te he estado buscando desde antes que tú me
encontraras... y sólo he soñado toda mi existencia con ser sed de tu agua, hambre
de tu vianda, muerte de tu muerte, locura de tu juicio, sangre de tu sangre,
ojo de tu ojo, obra de tu mano y, amor mío, en tu luz ser la sombra...
Una guitarra española comenzó a ser tocada como se toca a una mujer en esa playa. Un beso se dijeron que fueron todos los besos juntos de la Historia. Una tórtola alzó su vuelo. Dos salivas que eran espíritus se batieron en duelo. Dos cuerpos se estremecieron sintiéndose uno solo... dos corazones, dos respirares, un clamor y el sonido de la promesa quebranto en el viento.
Un poema del sureste. Cinco años de amor sin condiciones. Dos vástagos preciosos. Un atardecer sobre el Mediterráneo teñido de grana. Un hogar. La vida por compartir; los años que recorrer; los mundos que descubrir; el aroma que inventar; la risa que reír... y en la alborada del ocaso de nuestros devenires imprecisos, recuerdos del primer beso para contrarrestar los dolores del tiempo.
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