domingo, 26 de abril de 2020

Fábulas post-apocalípticas VII

“Mi nombre no es importante: sólo soy el cronista real, de palacio, de Génesis y, en el año 130 después del ‘gran catapum’, mi Señor Kratka me ordenó que escribiera las siguientes crónicas.”




"La noticia de la existencia de vampiros vino de Megalisboa a través del primer convoy como tal de gente del oeste que, renegando de su origen y rebelándose contra el poder dictatorial de Artorius, vino a Génesis para tratar de instalarse en nuestra magnífica ciudad.
Sabíamos que esos seres habían existido en el pasado, pero no habíamos tenido constancia fiel de su existencia tras el Recomienzo hasta esa tarde invernal en que apareció el convoy de vehículos motorizados. Uno de los muchachos lloraba desconsoladamente pues, la noche anterior que hicieron alto en el camino y plantaron campamento en algún punto incierto de las comarcas occidentales, un vampiro les atacó entrando en su tienda y, a pesar de que el chico trató de herirle, el ser inframundano secuestró a su novia y, volando en el cielo oscuro sobre los disparos de los centinelas; que trajeron también armas de fuego como regalo a mi Señor Kratka; le succionó hasta el último centímetro cúbico de su sangre y le arrebató la vida para soltarla después desde lo alto, y que su cuerpo ya inerte se golpeara de forma brutal contra las rocas del suelo.
El relato fue atroz y la noticia se extendió por toda la ciudad como la brisa... tal fue el impacto de esa historia que empezaron a surgir avistamientos de vampiros por doquier las noches siguientes, haciéndose más eco del mismo que de la bienvenida a los megalisboetas disidentes."

Florencia pensó que la pesadilla al fin había terminado. Era muy joven cuando se casó con Marko; de hecho los dos eran muy jóvenes. Se amaban, se amaban con todo el corazón, pero el amor se fue convirtiendo en un sentimiento muy diferente por ambas partes sobretodo tras el nacimiento de Silvia, su única hija. A él el amor se le transformó en obsesión; y a ella, por desgracia también, se le hizo miedo el amor.
Al principio, cuando Silvia tenía sólo unos meses de edad, Marko empezó a criticarla cuando salía a despejarse con la niña y otras madres primerizas de su barrio en el sureste de la urbe. Después, las críticas se fueron acompañando de auténticos interrogatorios, extremadamente agresivos, a su regreso de esos paseos y esas charlas. "¿Dónde has estado tanto tiempo?, ¿con quién has estado?"; más tarde vinieron los reproches y fue cuando el amor de Florencia mudó definitivamente en miedo. "Esta comida es una basura… mira cómo tienes la casa... haz que se calle de una maldita vez la niña..."; eran ejemplos de lo mejor que trataba Marko a su esposa. Florencia podía recordar viéndolo ahora encadenado por la Guardia Real camino de los calabozos aquella tarde, la primera, en que le puso la mano encima...
"... llegó bebido, apestaba a cerveza y a yerba del sur. Lo primero que hizo después de que yo le abriera la puerta porque ni si quiera era capaz de encajar la llave en la cerradura fue darme un empujón, como siempre hacía, y preguntar si estaba preparada la cena. Intenté explicarle que no me había dado tiempo porque Silvia se había puesto muy enferma... fue cuando todos los niños de su edad en el barrio cogieron la gripe casi a la vez... y quería que la tuviese todo el rato en brazos y no la podía dejar. Pero él no me creyó -las lágrimas rociaron la cara de Florencia, demacrada y rota, relatando esto al juez- y me gritó que con qué hombre había estado pasando la tarde, que era por ese motivo que no había preparado la cena, que no inventara historias y... -deshizo como pudo el fuerte y cruel nudo que llevaba atado a su garganta para poder concluir- me dio un puñetazo en la cara que me partió el labio haciendo sangrar mi boca..."

Afortunadamente, pasado lo pasado, el miedo y su rostro desaparecieron por las escaleras que llevaban a la prisión bajo los juzgados.
Silvia le abrió los brazos de par en par en el pasillo, acompañada de su abogado y familiares, Florencia la aupó y le dio un fuerte y largo beso en la mejilla... para ellas habían cesado ya las lágrimas. Agradeciendo su trabajo al letrado, Florencia salió de allí para comenzar una nueva vida.

Un poco después, en el calabozo Marko pensaba en sus maléficos adentros: "Cinco años encerrado por culpa de esa @#$... en cuanto salga de aquí, la hallaré y le rajaré el vientre de arriba abajo".

Pero la noche se cernió sobre la bella, oh bellísima luz de las naciones, Génesis, y con ella se asomaron a los ventanucos enrejados del subsótano unos extraños y noctámbulos seres...
-Mira Mihail, nos dejan la comida ya servida estos tribales... -dijo uno con tono de sorna en su transilvano natal a su único compañero.

Marko escuchó las voces, pero como no entendía el idioma que hablaban, no supo qué decían. Se incorporó de la tabla que era su lecho en la celda y miró hacia arriba: la luz de la Luna llena se colaba azulada y plata por el pequeño vano. De repente, y con un leve estruendo, aquel ser arrancó los barrotes y una bandada de murciélagos se coló por el ventanuco asustando a Marko, que creyó por unos momentos que aquellos bichos le matarían a mordiscos enredándose en sus harapos y su pelo enmarañado. Segundos después, la nube de murciélagos se convirtió en un ser antropomorfo: la figura de un hombre alto y desgarbado, de ojos grises y brillantes y melena rubia y rizada apareció ante Marko, enseñándole en qué consistía el miedo.
El vampiro sonreía con ironía y cinismo… Marko pegó, instintivamente, su espalda al muro del calabozo. Sintió la humedad de la roca en el adentro mismo de sus aterrados huesos.
-Q... qué vas a hacerme... -murmuró en genésico como pudo.
-Primero -contestó el vampiro con un acento que desconocía cualquier habitante de Génesis-, te haré un pequeño corte en el cuello, en la yugular -se acercó a Marko y éste se meó literalmente en los pantalones-. ¡Qué asco!
El vampiro cambió de gesto: mudó la sonrisa irónica por una mueca desagradable de menosprecio. Sin que Marko, horrorizado, pudiese articular palabra, el inframundano le rasgó la piel del cuello con el filo de una de sus uñas como le dijo. Cuando la sangre tibia empezó a fluir, el vampiro se relamió y sus pupilas grises y relucientes se dilataron ocupando todo su globo ocular. A Marko se le iba a salir el corazón del pecho, se le aceleró el pulso tanto que no podía oír otra cosa que su propio palpitar retumbando ruidoso en su cráneo... supo que iba a morir y, cuando fue a lanzar un último alarido de auténtico pánico, el noctámbulo le asestó un golpe con sus cuatro uñas en la garganta dejándolo como un dispensador de caramelos, y empezó a sorber con sed animal la sangre directamente del sesgo irregular de su cuello.

Dicen los guardias de los calabozos que fueron los vampiros quienes escribieron con la sangre de Marko en genésico en el muro de la celda: "Toda acción conlleva una reacción igual o superior: asimismo ocurre con el crimen y su castigo".

Florencia no derramó una sola lágrima cuando le dieron la funesta noticia del asesinato de su ex marido.

 

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