miércoles, 29 de abril de 2020

Fábulas post-apocalípticas X


“Mi nombre no es importante: sólo soy el cronista real, de palacio, de Génesis y, en el año 130 después del ‘gran catapum’, mi Señor Kratka me ordenó que escribiera las siguientes crónicas.”

Fanfic de Luis Basanta

10.    UNA HISTORIA TENEBROSA

 
"Había un rumor extendido por toda la ciudad que hablaba de extraños vehículos surcando el cielo azul... sabíamos que la tecnología anterior al 'gran catapum' había logrado crear lo que fue llamado "avión": un vehículo de transporte de pasajeros dotado de alas que podía volar a grandes velocidades de un lugar a otro. Además, los ingenieros de Artorius, imitando a los del pasado, habían ideado los denominados "girocópteros", éstos tenían la misma función que los aviones pero en lugar de basar su vuelo en unas alas lo hacían en unas aspas rotoras que tenían en lo alto de sus cabinas de transporte. Pero los vehículos de los que hablaba el rumor no correspondían a ningún diseño de avión o girocóptero: tenían, según se dijo, el aspecto de un insecto: una libélula o avispa indistintamente, y no hacían el ruido de unos motores rotando sino que emitían un silbido, similar al sonido que emite una gran flecha al rasgar el aire siendo proyectada.
Buscando las responsables de la Akademia algún referente de esas "naves" en los escritos anteriores, descifrando las voces mudas de la sabiduría del pasado, hallaron una entrada en sus índices que podría corresponderse con esos insectos metálicos que viajaban a más velocidad que la del sonido... las pilotadas por nuestros vecinos en el Universo: los llamados "atlántidos", monstruos antropomorfos pero con aspecto exterior de lagarto o reptil que convivieron con el ser humano siglos atrás en un continente de hielo extinguido que flotó ayer en el centro del Océano.
Se dijo entonces que, como se había visto presumiblemente caer o estrellarse una de sus naves semanas atrás, y tal vez el ejército de Artorius la había interceptado; o recogido simplemente los restos del presunto accidente; más naves pertenecientes a esa incógnita civilización intergaláctica habían venido a la Península con oscuras intenciones de, quién podía saberlo con exactitud, rastrear los vestigios de sus amigos accidentados o... algo más peligroso si cabía: enfrentarse a los agentes megalisboetas si éstos habían "secuestrado" a los posibles supervivientes de dicha explosión.
En cualquier caso, y tras hacerse públicas las pesquisas de la Akademia acerca de los atlántidos y sus sospechadas pretensiones rondando los territorios bajo el protectorado de mi Noble Señor Kratka, no tardarían, igual que ocurría frecuentemente con vampiros y antiguos dioses, demonios y ángeles, en multiplicarse los relatos fantásticos e inauditos acerca de los hombres-lagarto venidos de un punto inexacto oculto más allá de todas esas inalcanzables estrellas."

Se despertó temprano, tenía uno de esos relojes despertadores cuyas campanitas sonaban sin cesar cuando las saetas marcaban cierta hora y cierto minuto encima de su carcasa de cromado metal. Lo apagó dándole un suave toque con la palma de su mano derecha y se desperezó, estirando sus brazos y espalda todavía sentado sobre el colchón con la fina manta redoblada en sus aún dormidas rodillas. La luz entraba escasa por la única ventana del dormitorio cuya contraventana de madera permanecía cerrada... fue hacia ella y la abrió, dejando que el sol de esas primerísimas horas de la mañana inundara de colores y frescor la pequeña habitación. Vivía en el suroeste, allí escaseaban las viviendas unifamiliares y casas bajas; en cambio, y como era el caso de su humilde apartamento, abundaban los bloques de pisos construidos a la antigua usanza aunque, claro está, con el toque mágico y personal de la preciosa arquitectura humanista propia del conjunto de la bella, bellísima, Génesis. Concretamente, él era el propietario de ese apartamento en la séptima y última planta de ese edificio que daba por la fachada a la calle, y por esa ventana en el lado opuesto a un bonito y coqueto parque orlado de sauces y pimenteras con una fuente dedicada al influjo de la Luna en el centro, donde convergían cuatro paseos provenientes de sus cuatro esquinas. Bostezó y fue hacia la puerta, al intentar abrir se dio cuenta de que estaba atrancada o algo así... forcejeó con el picaporte tirando hacia sí y no fue capaz de abrirla. Después, intentó lo mismo pero a la inversa: empujando con su hombro derecho... la puerta no se abrió un ápice. Respiró profundamente y asió el picaporte redondo con fuerza, lo zarandeó haciendo temblar incluso el quicio de ornamentada madera; la puerta soltó una carcajada y permaneció cerrada. Algo nervioso empezó a aporrear la hoja de madera pero... él vivía solo y el dormitorio era la última estancia de su pasillo: nadie podía oírle en su propio apartamento y, por muy fuertes que fueran esos golpes, se oirían muy leves en los apartamentos contiguos... desistió pues de los puñetazos y patadas a la puerta, y buscó en el único cajón de su mesita de noche algo con que forzar la cerradura y así conseguir su objetivo de salir al pasillo. Allí aparentemente no había nada que pudiera ayudarle excepto su cortauñas... si conseguía meter la ínfima lima de metal entre el marco y la madera, tal vez moviera el muelle del bombín y... con manos temblorosas introdujo de ese modo la lima metálica en la finísima rendija, escuchó y palpó que ésta tocaba la parte de la cerradura que se mete en el marco y presionó hacia abajo sobre ella, como estaba nervioso, casi frenético, y no medía su fuerza, lo hizo con demasiado ímpetu y ¡zas! quebró la lima y con ella sus esperanzas de forzar la abertura.
Empezó a morderse las uñas y caminar incapaz de pensar desde la ventana a la puerta y de la puerta a la ventana.

Gritar por la ventana informando a los transeúntes de su situación podría ser entonces su única escapatoria. Así lo hizo: gritó y gritó a quienes paseaban o caminaban bajo el cálido sol primaveral en el parque hasta perder la voz y desgañitarse... incluso lágrimas frías aparecieron en sus ojos debido al titánico esfuerzo de esa angustiosa llamada... al fin, afónico y quebrantado, incapaz de nada presa del pánico, se sentó en el borde de la cama y rompió a llorar, en silencio, regando su rostro que reflejaba la cavilación en busca de una salida que no podía encontrar en su surrealista y terrorífica situación.

Se hizo de noche. Amaneció. Sus uñas y la punta de la lima rota habían rasgado la parte interna de la puerta... pero eso no era lo peor... alguien, por la noche y mientras él dormía presa de las más terribles pesadillas, había tapiado la ventana con ladrillos rojos y cemento impidiendo la consoladora entrada de luz. No podía parar de temblar y tiritar, calmado a duras penas con el llanto mudo en sus ojos amoratados por la tibia y nimia luz de una vela encendida entre los dedos.
¿Quién podría ser tan cruel como para gastarle esa broma...? ¿Podría llamarse "broma" a encerar a alguien así en su dormitorio...?

Sin agua, sin alimento; y cuando ya el último soplo de luz de la consumida vela murió sobre su mano derecha; sentado en el suelo con la espalda apoyada en la puerta arañada; fue pasto de la desesperación, de la sed y del hambre... de su solitaria desesperación...

Alertada la guardia porque no se presentaba a trabajar, siendo un hombre responsable, en toda la semana, entraron en su apartamento derribando la puerta.
Lo hallaron muerto, sentado junto a la puerta de su dormitorio entreabierta. Afortunadamente para su olfato la ventana estaba abierta de par en par y disminuía el aire la peste a cadáver. La puerta, por dentro, parecía haber sido arañada... había una vela consumida y un cortauñas roto junto al cuerpo que las moscas ya se habían empezado a comer. El forense y el juez no se explicaban por qué se había dejado morir sin salir de su dormitorio en días pudiendo haberlo hecho... firmaron el auto declarando como causa "la muerte misteriosa", y lo enterraron.


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