"Había dos tipos de personas y dos tipos de reacciones ante mi
presencia. Bueno, en realidad, tres… pero las terceras reacciones
siempre eran de cachorros humanos, que se asustaban nada más verme y
salían corriendo para avisar a sus mayores. El miedo es al ser humano lo
que la hermandad es para mí. Les es innato, instintivo, ridículamente
inalienable. El primer tipo, y que más abundaba, era el que entre
nosotros llamamos “cazador”: si estábamos en manada, agitaba el bastón y
nos gritaba para que nos fuésemos antes
de que le limpiásemos una de esas gordas ovejas; pero en el caso de que
se topase con nosotros cuando estábamos solos, se envalentonaba y
llamaba a más como él para darnos muerte sin demora. Creo que nos
odiaban por el simple hecho de querer alimentarnos con las ovejas y
cabras que ellos custodiaban. El segundo tipo estaba en peligro de
extinción y le solíamos llamar “hermano”: se adentraba sin miedo en el
bosque, incluso parecía buscarnos con las primeras luces del alba
filtrándose entre las ramas bajas y amarillas de los árboles. Jugaba con
nuestros cachorros, y se dejaba abrazar y lamer por todos. Nos traía
presentes que compartía con nosotros. Nos hablaba en un idioma que los
más viejos eran capaces de entender. Reía nuestras bendiciones y lloraba
amarga y sinceramente cada una de nuestras muertes, trágicas o
naturales.
Pero este tipo olía tan diferente como vestía a los
Hombres que había conocido. Cuando se acercó un poco más, despotricando
acerca del destrozo que produjo el caballo, me dije que éste no era ni
cazador ni hermano… y no me equivoqué. Sólo le gruñí lo justo para que
me prestara atención: abrió los ojos como platos sin entender mi
presencia en ese lugar, para empezar a gritar y hacer aspavientos
mientras corría, despavorido, huyendo de su propia casa. Reí para mis
adentros…
…aquel día constaté, para mal o para bien, que la inmensa
mayoría de los Hombres de aquel tiempo tan extraño eran de la tercera
clase de personas… los “miedosos”."
No hay comentarios:
Publicar un comentario