viernes, 1 de mayo de 2020

Fábulas post-apocalípticas XII


“Mi nombre no es importante: sólo soy el cronista real, de palacio, de Génesis y, en el año 130 después del ‘gran catapum’, mi Señor Kratka me ordenó que escribiera las siguientes crónicas.”





12.    ADOLF Y IOSIF



"Estábamos a las puertas de ciertos cambios sociales en el año 130. Mi Noble Señor Kratka, Rey de la Preciosísima Génesis, se había empeñado, ya que los territorios bajo su tutela estaban experimentando un crecimiento demográfico y económico sin precedentes, en erradicar por completo y empezando por la capital, los focos de pobreza y mendicidad que creó la inmigración desde las tribus más pobres que se fueron anexionando al Reino durante las décadas en que Kurt, Hijo de Unkh, ensanchó las fronteras.
Al plan de reajuste de presupuestos y nuevas leyes de aranceles e impuestos se le bautizó en las Cortes o Consejo de Ancianos en asamblea ordinaria como el "Plan del Pan"... cuyo objetivo no era otro que lograr que ningún vasallo, siervo, hombre libre o habitante de las tribus que formaban el ente de Génesis pasara hambre. Y conllevaba acciones sociales, prácticas y reales, concretas e inmediatas, basadas en la creación de empleo, mejora de las condiciones del mismo, infraestructuras de seguridad social y reubicación de ciudadanos, poblados y eliminación de focos de marginalidad y exclusión social."

Adolf y Iosif nacieron el mismo día, en la misma calle, uno en la casa frente a la del otro, en un pequeño poblado del suroeste, cercano a los territorios bajo el poder de Artorius.
Y ambos fueron los mejores amigos casi desde su nacimiento. Y ambos destacaron por su malicia y sus travesuras que rozaban el delito casi desde su nacimiento.

Los dos aprendieron, en el mismo colegio y con el mismo profesor, a entender el mundo y sus caminos. Aprendieron las letras y los números; la Historia y las Leyendas; las verdades y los mitos. Pero nunca debieron aprender, aunque por desgracia muy bien lo hicieron, la política y la sociología... cuando cursaban bachiller, ambos entusiastas del cómo y del por qué se movía el Hombre; qué lo caracterizaba como tal, y cuáles eran sus inquietudes y la Naturaleza de sus deseos en conjunto; qué significaban conceptos tales como identidad, cultura, etnocentrismo o grupo... urdieron el plan más maléfico de cuantos planes de dominación popular se hayan ideado jamás en la faz de la árida, arrasada y contaminada Tierra de los mortales.

Como odiaban la paz, odiaban a todos los vecinos del poblado porque ella reinaba sobre y entre ello. De hecho, Adolf y Iosif a quienes más odiaban era a sí mismos. Les asqueaba la felicidad y la educación y el bienestar les provocaban estupor y animadversión. El orden les resultaba vomitivo. Y la tranquilidad les parecía un signo de debilidad social que la hacía estancarse y no avanzar ni en ideas ni en tecnología al no tener alicientes urgentes para ello. La calma y el bien, entonces, los sentían como algo ajeno al propio ser humano; que según ellos evolucionaba por el miedo y el dolor, por la angustia que le debía provocar el fracaso y la inactividad.
Para detener esa calma, para pervertir ese perverso orden, crearon por separado cada uno una "célula": un grupúsculo de personas a las que convencieron de lo contrario de lo que estaba convencida la otra; y las dieron a conocer no sólo al resto de vecinos de la tribu sino además entre ellas para que, al verse dispares en el reflejo de la otra, germinara el odio que ellos sentían entre participantes de uno y otro grupo. Crearon pues un extremo y el otro opuesto.

Años después las dos células arraigaron en el poblado: creciendo e institucionalizándose. Se multiplicó la gente que se había manifestado, públicamente o en privado, partidarios o militantes de una y de otra; e incluso se habían dado ya los primeros casos, escasos, de confrontación entre las posturas tanto de manera dialéctica entre Adolf y Iosif como de forma física entre los denominados "barrokas rojos" (iosifistas) y "barrokas azules" (adolfistas) a la salida de las tabernas a altas horas de la madrugada. De este modo, a los dos amigos sólo les quedó disponer la escena que prendiera todas las mechas para desarticular, definitivamente según sus maléficos y secretísimos planes, el orden normal de un pequeño poblado como aquel y crear el caos general que  había sido su objetivo desde el principio...

En ese momento, aprovechándolo hábilmente, la tribu - su Consejo de Ancianos en concreto y en el cual por cierto había militantes de ambas células - debía decidir si se acogía al "Plan del Pan" o no. Como representantes de la tradición y la plutocracia ancestral de sus antepasados, los conservadores adolfistas estarían en desacuerdo para que los más ricos siguieran siéndolo más tiempo; y como representantes del pueblo llano y de los asuntos sociales, los revolucionarios iosifistas abogarían por implantar el plan sin condiciones para evitar que siguieran existiendo desigualdades entre los distintos sectores de la población de la tribu. Deberían asegurar también que el debate saliera del Consejo de Ancianos y se hiciese notar en las calles: tanto como fuera necesario para sembrar la destrucción, la violencia y la anarquía.
De tal modo, se dio orden de que un miembro del Consejo por cada extremo crispara el diálogo hasta el punto que no pudiera ser domado en absoluto por el moderador, llegando a las manos en el punto álgido y más caliente del debate. Asimismo, ambos agitadores del silencio convocaron sendas manifestaciones a favor y en contra del "Plan del Pan" lanzando consignas tradicionalistas y revolucionarias de alto contenido agresivo en contra del opuesto. Cuando los manifestantes de los dos bandos coincidieron, con la guardia tribal también dividida envenenada por los ideales implantados y artificiales que les habían incitado a creer y defender, se supo que la pelea ya había sido iniciada por los representantes populares en el Consejo y comenzó una violenta batalla campal frente a la Asamblea y en las calles aledañas a la céntrica plaza.

Había comenzado así una guerra civil. Todos luchaban contra todos, defendiendo unos pensamientos que nunca necesitaron; matando y muriendo por unos valores inexistentes; dejándose llevar por la sinrazón y la debacle de unos ideales que en verdad nunca tuvieron ni tuvieron que tener...

...mientras, desde una terraza cercana, Adolf y Iosif reían a carcajadas brindando con el mejor de los vinos observando cómo morían y asesinaban por ellos sus marionetas de carne y hueso, de cartón y papel.

"Un buen político es aquel que convence al pueblo de construir un puente donde no hay un río." Kruschev.

 


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