viernes, 15 de mayo de 2020

Fábulas post-apocalípticas XXI

“Mi nombre no es importante: sólo soy el cronista real, de palacio, de Génesis y, en el año 130 después del ‘gran catapum’, mi Señor Kratka me ordenó que escribiera las siguientes crónicas.”


  
21. LA VASIJA INSOLENTE

 
“Muchos, pienso a veces cuando me siento con un cálamo y mi cuaderno, en la barra o en una de las mesas del Ave Rapaz, la taberna de la cual soy parroquiano, a escribir estas Crónicas oficiales del año 130 en concreto, si los futuros lectores de las mismas se preguntarán o no por qué eligió mi Señor Kratka este año y no otro para dar a conocer la Génesis actual al tiempo incierto de “más allá de mañana”. Ciertamente el año 130 fue importante; y diferente a todos los demás: fue un año que nos cambió, y que nos hizo ser lo que ahora somos Génesis y los territorios de su protectorado.

Y hablando de todo un poco, esta es la historia de Retkark, el alfarero, y de su vasija insolente.”

El trozo de arcilla húmedo, casi cuadrangular y mediano, le aguardaba sobre la mesa, envuelto en un paño blanco manchado del rojo del barro de fino algodón.
Tomó un breve desayuno: un pedazo de pan tostado untado con mantequilla y un vaso de vino tinto dulce. Nada más sentarse en el ínfimo taburete de madera frente al torno, para que le ayudase a imaginar la forma del vaso, dio unas caladas de tabaco del sur a su pipa de agua… una vez tuvo más o menos claro el dibujo que debería presentar el recipiente, puso el trozo de arcilla sobre el torno de madera redondo y le dio al pedal con su pie derecho, para hacer rodar el círculo en el que el barro daría cuantas vueltas fuesen suficientes desde el principio hasta el final.

No había subido el sol hasta lo más alto de ese ya caluroso mediodía, cuando la vasija, roja y mojada, detuvo su rotación y se quedó mirando, recién nacida y perpleja, a su sucio y sudoroso hacedor. Éste le sonrió y se dijo que era perfecta: exactamente como la hubo imaginado al sentarse para fumar esa misma mañana.
Encendió el horno, un horno de aire caliente con rejilla y puerta de cristal de amplias dimensiones, que estaba a la derecha del torno junto a la pared, y del que subía una chimenea cuadrangular; y metió allí la vasija todavía húmeda por su parte superior… la última parte terminada.
Mientras el barro se cocía, Retkark se cocinó un par de huevos salteados con jamón y los comió mirando a través de la puerta de cristal… la arcilla abandonó, paulatinamente y con la incidencia del aire caliente, su rojo original para volverse marrón rojizo y, una vez estuvo incluso fregada la loza de la comida, quedarse terracota. Retkark la sacó del horno con un paño grueso de tela de cáñamo y la dejó enfriar al aire, sobre el alféizar de la única ventana de esa habitación.
Pasó la noche allí, hasta que el alfarero se levantó al alba siguiente y, devolviéndola al interior, se dispuso a decorarla: le pintó, por ser simplemente ornamental y no conmemorativa, unos motivos florales desde su base hasta más o menos la mitad; y dos franjas en azul y negro casi en lo más alto. La dejó secar de nuevo; esta vez en una mesa de madera llena de paños y utensilios de alfarería; y la dio por acabada un par de horas después.

Cuando el alfarero entró para etiquetarla, la vasija le sorprendió y dijo:
-Alfarero… -tenía un espejo grande en frente y se había estado mirando en él desde el mismo momento en que Retkark la puso a secar–. Estoy viendo mi reflejo en ese cristal y por más vueltas que le doy, no me gusta cómo me has hecho: ¡soy horrible!
-¡¿Cómo te atreves?! –respondió airado Retkark, quien no se esperaba ese comentario en absoluto: había estado todo un día trabajando en ella: dándole forma y decorándola con inspiración y esmero. No creía ser merecedor de tal réplica.
-Eres un alfarero mediocre, incluso malo… por eso yo no soy más bella, mejor…
-De eso nada vasija… -repuso Retkark–: que tú no te gustes no significa que yo sea un mal alfarero. En cualquier caso, la culpa de que tú te veas horrible la tienes tú… pues yo considero que eres perfecta.
-¿Perfecta? No, no lo creo en absoluto… ¡no me gusto! ¡Y la culpa es tuya, que me has hecho!
-Lo que estás diciendo es la madre de las insolencias… ¡te he traído a la vida! ¡He trabajado duro y responsablemente en tu creación! ¿Y ahora, porque no te gustas tú misma, me reprendes y dices que soy el culpable de tu existencia y tu fealdad? –Retkark se echó las manos a la cabeza: no podía creerlo-. ¡Deberías, en cualquier caso, estarme agradecida por hacerte!... pues yo soy el principio de tu existencia…

A Retkark se le aborrascó la mirada. Una fría sombra cubrió su espíritu creativo, no le cabía en la cabeza cómo un trozo de su ser: algo que había creado con sus propias manos, con esfuerzo y cariño, se enfadaba con él por el mismo hecho de haber sido creado…
… triste y con el alma rota, ante la mueca burlona e insensata de la vasija encima de la mesa, cogió una vara de almendro y, de un fuerte golpe, la hizo trizas.

Remojó los guijarros que resultaron del estallido y añadió más barro… por la tarde, comenzaría de nuevo una nueva y, quién sabe, menos insolente y más agradecida vasija…

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