He empezado a conseguirlo.
He guardado en una bolsa de la compra mi último diario… el Décimo Hombre se ha callado adormecido.
Quisiera afirmar que estoy en paz,
que desconecto del bostezo universal
para volver a conectarme a las ocho y media del día siguiente;
y he empezado a conseguirlo
haciendo esnórquel por primera vez ayer con mis hijos.
Quiero volver a ser poeta,
si fue que alguna vez dejé de serlo.
“La basura conecta con la basura”, dijo una vez Jesús Quintero.
¿Y el verso… con qué conecta el verso?
Versos rotos, mal escritos entre horas,
como quien pica de una bolsa de patatas,
de una chocolatina con caramelo y cacahuetes por dentro.
Del suspiro que es en sí la vida,
de agarrarse a un clavo ardiendo,
de pájaros en mano, de volando ciento.
El mundo es un apocalipsis continuo de vidas fatuas.
Que veo a través del cristal de mis gafas
ignorando lo que tenga que decirle la media a las masas,
comprando papel dibujado y colorido,
donde los héroes ríen, luchan, ganan, pierden y lloran.
Sólo somos una oración de savia perfumada,
una tablilla de sándalo,
un suspiro de incienso,
un eco callado,
el rescoldo de un pensamiento.
Y, sin embargo, poseemos el poder de los ángeles al alcance de nuestras curtidas manos.
“Yo siento paz y gozo en el corazón…”
Como un mantra eterno,
que repetir y repetir,
y repetir,
mirando adentro,
hasta que sea cierto.
Miguel Díaz Romero
16 de agosto de 2022
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