Queridísima Andrea,
No he podido escribirte en este mes debido a que el asedio sobre la Pléyade Heisenberg no nos está dejando ni un minuto de respiro. La Nación Robot es muy poderosa en este extremo del Universo. Pero a pesar del horror, la tragedia, el fuego y el frenesí, no he dejado de pensar en ti.
El mundo puede explotar; los soles pueden dejar de alumbrar; los planetas dejar de girar; el Tiempo puede plegarse sobre sí mismo; y el Espacio contraerse a un punto ciego; que yo no dejaré de pensar en ti.
La Pléyade Heisenberg es preciosa si miras por encima y entre las llamas. Luces de colores azules y moradas, alguna naranja también, danzan sin cese sobre nuestras testas. Adornando una nebulosa que parece humo, blandas olas de aire colorido que forman flores imposibles en el negro éter. Figuras y siluetas de algodón lumínico asemejan alas de ángeles en sempiterno ascenso, o infinita caída.
Ahora, una vez tomada la vanguardia robótica, descansamos en un meteoro alfa. Es una especie de asteroide gigante, en suspensión, orbitando por deseos del cosmos en torno a la estrella más cercana: Aéster, que calienta a duras penas la superficie rocosa y árida del lugar. Suponemos que no tardarán en contraatacar ya que hemos esquilmado notablemente su territorio no planetario en la Pléyade estas semanas de duro combate.
Con la esperanza de tener tiempo pronto para volver a escribirte,
Quien hizo Dios para hacerte feliz,
En la Pléyade Heisenberg. 5 de mayo de 2197.
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