DE ARENA Y DE SANGRE
Por los ojos muertos, sangre derramada que cae incesante al fondo del reloj.
Golpean las salpicaduras las paredes internas del cristal cuando cae.
Mi vida sin mí.
Una espera eterna en una parada de autobús perdida… donde no se entiende el laberinto, por más que me esfuerce.
A la derecha: el desierto se abre indómito e inédito. “Intentando visualizar los horrores que puedan haber más adelante”.
A la izquierda: las Rocosas humeantes, por donde cabalga la huesuda montura de Caín.
Lleva un tocado de plumas de águila real cosido a la frente de su calavera.
Me preguntas si este diario es de verdad, si lo que vine a hacer fue esto que hago; y yo sólo veo el espejismo de lo que quiero ser. Es cierto que soy más, pero también que soy menos. Más y menos, como si se pudiera medir el desánimo que siento al arrastrar estas botas a este lado de mi Mordor eterno…
Soy consciente del castigo por los pecados del pasado.
No me porté bien, hasta que te conocí, ni un solo día de mi vida.
Y luego vino Él, y me la cambió… y me regaló la Eternidad jugando al Monopoly los domingos por la noche.
Yo no he elegido ser. Soy el sufrimiento de todos los callados. Aunque no quiera admitirlo, soy el Décimo Hombre que nada mar adentro… “y no querer salir”. Aunque me cueste decirlo, soy el reflejo romántico nietzscheano de una gloria ya pasada, que no encuentra lugar en este Tinglado indiano.
Soy el refugio de los poetas muertos. Y de los violentos, también.
Sin quererlo, soy el verso libre que mana de la sangre vertida en el reloj del primer verso.
Sin quererlo, no soy asesor de servicio de postventa en un taller oficial Skoda frente a la Playa de El Acequión.
Sin quererlo, soy la guerra contra lo convenido, lo neutral, lo armonioso, equilibrado… soy el grito contra lo establecido. Y, aunque me cueste admitirlo y no quiera decirlo, soy espina de rosal sempiterna que hará heridas en las llagas de las pieles de quien conmigo yazcan.
No nací para recibir, ni para dar. No nací para trabajar ni para estar parado. No nací para llorar ni para reír… yo nací palabra.
Soy la escritura de los Hombres contrapuesta a la de los Cielos. Soy el que mira detrás. El reflejo horrible del ser humano que no quiere verse a sí mismo. Soy la verdad de los silenciados, la voz ilegible de los condenados, soy el verbo de los no nacidos.
Por los ojos muertos, sangre derramada que cae incesante al fondo del reloj.
Soy la impaciencia descarnada, la sonrisa burlona y la mirada macabra. Soy la tumba de la mentira que viven ellos a diario. Soy la bandera de aquellos que no han sabido decir lo que sienten y por eso se han auto-suprimido.
Y cuesta tanto admitirlo… y no quiero decirlo…
Pero yo no soy ocho horas y media de mi vida frente a un ordenador en el Reino del Señor Oscuro. No soy compra en Mercadona los sábados por la tarde. No soy tarde de paseo. No soy manzana que comer dos veces por semana. No soy buen padre, ni buen hijo, no soy buen amo de casa ni buen administrador de lo que, al fin y al cabo, tampoco es mío. No soy un buen hermano ni un buen samaritano.
Soy el egoísmo que perdieron todos aquellos que dieron su vida por no ser nadie: todos los zombis autómatas quienes, con un código de barras tatuado en la nuca, recorren las calles donde el hedor a podredumbre debajo del pelo no cesa por el tiempo que hace que no piensan.
Soy el mar incesante que quiere comerse la orilla; y el acantilado que lo observa. ¿Cómo pretendéis decirme que no apunte al Sol con mi arco? Si este Sistema no puede abarcar lo que siento adentro. ¿Cómo haceros entender que la eternidad mora en mí desde antes de nacer? ¿Cómo explicaros que no quepo, que no tengo fronteras, que no hay límites allá donde miro dentro de mí…?
Entiendo tu pesar, tu desgaste; admiro tu paciencia, tu longanimidad. Pero es que no te casaste con un camarero, con un orador, con un fontanero, con un ingeniero, un príncipe ni un dentista. Te casaste con el que miró tanto tiempo al abismo que éste le devolvió la mirada. De hecho, a veces, ese hombre es el abismo mismo.
Mi amor, escribí las letras y conté los números.
Mi amor, el día que amaneció… tengo la sensación de haber estado allí.
Tengo la sensación de no ser. “Los astros no están más lejos que los hombres que trato”. Es como si yo no fuera, o como si todo lo demás fuera de papel maché. Un decorado a veces bonito, pero la mayor parte del tiempo horrendo… abigarrado, rococó… un ‘horror vacui’ enfermizo que pasa por alto lo mejor, y al que no puedes hacer entender que eso que creen no es importante.
Cómo expresarlo mejor para entendernos:
El mundo es la fosa tétrica imperio del Enemigo, y las almas que deambulan por él no saben que es un laberinto. Y vas tú, y miras, y te das cuenta de todo. Y sabes que tú no eres un espíritu ambulante en el callejón sin salida que es tu planeta. Y lo dices, y te miran mal… se ríen de ti. Tú eres el loco, pero ellos los tontos.
Y se lo dices, y te miran mal… y ya no se ríen de ti sino que dicen que eres malo por mostrarles la verdad. Cuando tú sólo eres quien giró el cuello de los encadenados en la caverna de Platón, o las gafas de lentes azules de Kant.
Y duele.
Duele tanto que sajas tu cuerpo; que quieres morir.
Y se te mueren los ojos. Y se te muere el reloj. Y te abandona el Tiempo. Y te dejas llevar, y eres pez muerto que arrastra la corriente… y un día te ves a ti mismo como a los demás: un autómata, un zombi desalmado, una tuerca del Tinglado… sabiendo que ese que miras en el espejo no eres tú. Sino el que hicieron que fueras para no ser diferente, para no ser tú mismo, y que dejen de mirarte mal, dejen de reírse, de apuntarte con el dedo y convencerte de que eres el “malo”.
Y conviertes tus poemas en cartas interminables y crípticas que nadie va a leer.
Y te levantas cada día dando gracias por la vida, arrastrando los pies.
Porque sabes que queda algo mejor para ti. Porque aunque te empeñes en lo contrario: no eres como ellos. ¡Y no quieres serlo, bendita sea! Ni mejor ni peor… sólo… diferente. ¡Dejadme ser diferente!
¡Dejadme gritar, hablar solo por la calle! ¡Escribir mil poemas! ¡Bailar! ¡Dejadme sangrar versos hasta derramarme por completo en el papel! ¡Dejadme vivir! Porque a lo que vosotros llamáis vida yo llamo muerte.
Y mi muerte es vivir vuestra vida… y no estoy muerto: ¡estoy vivo, gloria a Dios!
No soy asesor de servicio postventa, no soy padre, ni esposo, no soy hijo, no soy hermano. Soy yo.
Y nada más, y no lo siento.
Lo que siento es no saber expresarlo de tal forma que no parezca orgullo, vanagloria o soberbia. No… no soy mejor que nadie ni me lo creo. No… no estoy por encima de nadie ni lo pretendo. No tengo mayores ambiciones que jubilarme rodeado de libros. No tengo mayor avaricia que el cómic del mes. Sólo soy… DISTINTO… ¿es que no podéis verlo?
Ojala hubiera nacido fontanero. Así, apretando tuberías a diario, estaría completo.
Pero del mismo modo que afirmo que no me abarco frente al Universo, me faltan piezas.
¿Cómo puedo ser abismo entero y puzle incompleto?
Juguete roto al tiempo que mar adentro.
Luz, soy sombra de luz.
Mi amor, te quiero.
Os quiero a todos aunque no tengáis ni idea de lo que estoy escribiendo. Aunque no me entendáis. Quiero a todo el mundo aunque sepa que no soy de él. Considero a la Humanidad aunque sienta que no le pertenezco.
Estoy aprendiendo a toleraros… sé que todavía me queda mucho camino para ser medianamente misericordioso.
Sólo os pido que, cuando el Décimo Hombre os haga girar el cuello, miréis:
Porque puede que os sorprenda ver lo que yo veo.
Y os alegre el corazón,
y nos fundamos en un tierno abrazo,
y lloremos de la risa,
y me sienta humano de una vez por todas entre vosotros,
y esté completo.
Torrevieja, 15 de junio de 2023.
Miguel Díaz Romero.
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