Mi queridísima Andrea,
Los refuerzos llegaron al alba terrestre del día de ayer. Las lunas verdes y moradas detuvieron sus órbitas. El aire se quedó quieto en el interior de los pulmones. Las trompetas iniciaron su nota aguda, vibrante, incesante, emocionante, de victoria hasta el anochecer… teñido del violeta de la sangre de los yrkanii sobre el campo de batalla.
La nave nodriza de la Nación Robot cayó en una magnífica e insonora explosión azul, llenando el éter frente a la Pléyade de chatarra espacial, sacando una lágrima de nuestro ojo y provocándonos el estremecimiento por saber que el final de nuestros enemigos estaba tan cerca.
Hoy, con el mediodía imposible de las estrellas sobre Fort Hauser, abandonamos el asteroide en dirección a la Vanguardia. En los cráneos de los yrkanii vertemos hidromiel y jaleamos con júbilo indecible la gloriosa jornada del día de ayer. El licor sagrado del Emperador me sabe a los helados que compartíamos los domingos por la tarde con los niños, hablando de trivialidades que ahora me parecen de suma importancia. Cada instante que vivimos juntos, los cuatro, es una postal de felicidad que adorna el mural infinito de mis alegres recuerdos.
Nacería de nuevo solamente por revivir otra vez cada momento que compartimos. Cada comida, cada café con helado, cada película, cada palomita, cada beso, cada caricia, cada palabra, cada viaje, cada amanecer y cada anochecer, cada instante… es tan importante e imborrable, que mi cuerpo y mi alma se abaten sólo de pensar en que pudiera olvidarlos.
Vive, mi amor: vive cada día como si fuera el último. Porque del mañana nadie sabe. Porque aunque desee con todo mi corazón regresar a tus brazos, prefiero vivir el ‘carpe diem’ de tu compañía en el pasado, que cualquier futuro incierto, por muy alentador y lleno de esperanza que tal se presente.
Quien sin cese te persigue con el pensamiento, tu sombra de luz,
13 de junio de 2197. En dirección a la Vanguardia, Pléyade Heisenberg.
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