Queridísima Andrea,
Los días y las noches pasan lentamente dentro del Fort Hauser, rodeados de millares de yrkanii, esclavos inconscientes de la Nación Robot. Las máquinas se han ido al completo, quedando sólo una nave autopilotada en el espacio aéreo sobre nuestras cabezas a este lado de la Pléyade Heisenberg. Dejando solas a sus milicias salvajes, que nos hostigan y asedian sin descanso…
Hemos resistido como bravos sus embistes hasta ahora, y debemos tener fe en que pronto llegarán los refuerzos del Emperador para poder revertir la situación y avituallarnos tanto de víveres, agua potable y armamento. Muchos de los mejores hombres que he conocido han caído pero yo sigo en pie… a veces me pregunto por qué yo no he sido todavía tocado por el óseo y gélido dedo de La Muerte… pero la respuesta es clara, obvia, cristalina como la tez de uno de los arroyos que surcaban los campos por los cuales una vez, jovial y ufana, nosotros caminábamos: yo lucho por tu Amor incontestable, y no hay ser extraterrestre, mundano o cósmico, que me aparte de tus brazos, a los que regresaré cuando todo esto haya acabado.
Los yrkanii son seres antropomorfos con pico de pájaro y plumas en la espalda y la cabeza. Su pellejo es del mismo color que el nuestro pero más gris, de igual forma que sus plumas, cuanto más viejos más blancas. Y aunque su armamento es de calidad y potencia inferiores, su número es infinito cuando me asomo a las almenas desde las que oteo a las fuerzas enemigas, pensando en su aniquilación, que será el primer paso en el camino hacia nuestro anhelado reencuentro.
Dile a nuestros hijos que su padre está luchando por un Bien Superior; que todas estas ausencias se justifican sólo al imaginar qué harían estos animales de llegar a La Tierra; y que el sacrificio de su soledad, el sacrificio de tu angustia y el sacrificio de mi valor, no serán nada más que alegrías y júbilo el día en que la Humanidad esté libre de peligro y todos juguemos, como solíamos hacer, a cantar y bailar en nuestro salón hasta que la madrugada se cerniera sobre nuestros sueños, dulces sueños.
Quien prometió a las estrellas que las encendería si se apagaren sólo por ver su lumbre reflejada en tu rostro amable,
7 de junio de 2197. Fort Hauser, Pléyade Heisenberg.
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